La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Demasiados niñatos en la política
Les aseguro que he hecho todo lo posible por esquivar este asunto, por no caer en la tentación de escribir un artículo de exaltación de la primavera sevillana, principalmente por los grandes peligros que esto entraña: en cuanto una se descuida, puede acabar dando brochazos gordos sobre la estampa de una Sevilla estereotipada y salpicando el texto de rimas internas. Escribir sobre Sevilla en flor es mucho más arriesgado que destapar una importante trama criminal; en cualquier momento de la loa te puedes pinchar con la cursi contradicción de la rosa o caerte en la marmita de los tópicos acríticos o cantar como las ranas a una luna llena de la que no gozamos en exclusividad. Precisamente por todas estas dificultades hay que intentarlo, merece la pena poner al día la idea emocionada (esa cosa tan juanrramoniana) de estos días de mayo. Ya lo intentó con éxito -no me canso de insistir en ello- Manuel Ferrand en su La naturaleza en Sevilla, que ojalá pronto se vuelva a editar para su relectura y para el hallazgo de muchos que aún desconocen este título.
Como no soy experta en verdores ni amenos huertos, lo que alcanzo a consignar en estas semanas donde la estación avanza es que la primavera sevillana vuelve a estar exultante a pesar de tenerlo casi todo en contra. Las plantas rebrotadas, reverdecidas y floreadas se abren paso como fieras en zonas realmente descuidadas. Las flores blancas de las adelfas alargan el cuello entre la tela metálica en el Paseo de la O, y la buganvilla que habíamos dado por medio muerta de tanta sombra este invierno se ha venido muy arriba. Rebosan, fachadas abajo, las plantas de algunas azoteas. Miro las pequeñas soleras hecha en el asfalto para los naranjos: están sequísimas y llenas de colillas, y sin embargo la planta tira palante. Hay un punto de resistencia e insurgencia vegetal en los primaverazos de Sevilla; jamás dejaremos de asombrarnos de que, contra tanta calamidad, el ciclo que hace resucitarlo todo aún comparezca y estalle en brotes y colores. En el Parque de los Príncipes, la luz filtrada por las jacarandas nos inserta en una escena realmente lisérgica, a pesar de la basura y más basura que allí deja tirada tanta gente (les invito a que lo comprueben cualquier día después de un festivo). Los primeros responsables de la suciedad que vivimos en las zonas verdes somos los vecinos de esta villa. Uno de los errores urbanísticos está en pensar la ciudad para y desde los adultos; si tuviéramos de veras en cuenta las necesidades de los niños daríamos espacio a la naturaleza. (Claro, olvido que los niños no votan hasta que dejan de serlo). Cuando Eliot dijo eso de que "Abril es el mes más cruel" (junto a mayo, aporto) parece que lo dijo dándose un garbeo por aquí: duelen los ojos de contemplar la hermosura reverdecida, a pesar de tanto agravio y tanto estrago.
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