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CON la nueva gripe está pasando lo mismo que con los personajillos de la prensa rosa: que sale mucho en los medios por la única razón de que sale mucho en los medios. No porque sea especialmente grave, ni particularmente mortífera, ni singularmente peligrosa, no. Sólo porque le estamos dando una importancia que la objetividad más elemental le niega. Sólo porque ocupa muchas páginas y abre muchos telediarios, como en un bucle de fatalidad y reiteración acumulativas.

Esta es una gripe muy mediática y muy embustera. Un auténtico bluf de gripe. Cierto que la OMS avisa de que la mal llamada gripe española de 1918 también empezó como una enfermedad leve, tuvo un periodo de calma y luego volvió con furia redoblada causando millones de muertos y enfermos. Pero el mundo de hoy es distinto y está más capacitado, y todas las alertas sanitarias han sido encendidas. Sin embargo, el pánico se ha extendido y, con él, la histeria. Histeria contra los cerdos, y contra los mejicanos, sacrificados y discriminados, respectivamente, en varios países.

No hay razones, sino miedo y, como digo, exceso de una información menos científica que asustada. Unas decenas de muertos y varios cientos de infectados en México han bastado para que la gente pierda el norte, sin tener en cuenta que en México mucha gente no puede acudir al médico por falta de dinero ("la pobreza es lo que más contagia", decía ayer un médico paraguayo). Tampoco se piensa en lo que explicaba la consejera de Salud de la Junta: la gripe común de cualquier invierno es más dura que ésta. Por no hablar de los millones de personas que se cargan cada año la malaria o la tuberculosis. Menos mal que la gripe A, la nueva gripe o la gripe H1N1 -esta pandemia es tan mentirosa que hasta tiene varias identidades- no ha llegado de momento a África, el continente por antonomasia de la penuria criminal.

No hemos aprendido nada. Durante la crisis de las vacas locas o la gripe aviar se activaron todas las alarmas. Releyendo cualquier periódico o revisando los diarios de la radio y la televisión de aquellos años uno llega fácilmente a la conclusión de que el mundo se iba a acabar. El Apocalipsis se acercaba, inexorable, a tenor de las palabras y letras gastadas acerca de esas dos últimas pandemias mediáticas. Afortunadamente, no hubo casi nada, unos centenares de personas fallecidas -menos que con un resfriado- y millones de personas aterrorizadas durante una buena temporada. Ahora la historia se repite.

Al final se irá y no habrá más que lo de siempre: una enfermedad cuya repercusión mundial obedece exclusivamente a que el mundo es ya la aldea global, pero que sólo matará a los pobres. Como casi todas las enfermedades, sólo que más embustera y aparatosa.

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