Hoy, como hace un siglo

18 de diciembre 2025 - 03:06

Hoy, como hace un siglo, se abrirán las puertas de San Gil. Y Ella estará allí, esperando. Hoy, como hace un siglo, habrá un gozoso ir y venir, y un feliz agolparse de gentes en las calles del barrio que le dio su nombre por apellido. Y no pesará el aguardo porque esperanza y espera tienen la misma raíz latina: hoy el tiempo es un ir hacia Ella como el Viernes Santo es un venir de Ella. Hoy, como hace un siglo, pasarán miles de sevillanos ante la Esperanza única de los mortales. Y Ella será la causa de su alegría.

Hoy, como hace un siglo, al verla sentiremos, con la fuerza, no de lo que se siente o se imagina, sino de lo que se ve como una realidad ante nosotros, que el amor es más fuerte que la muerte. Y las palabras de san Agustín tomarán la forma humana de un rostro, de unos ojos, de un entrecejo, de una sonrisa apuntada: “Aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos, llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas”. Hoy, como hace un siglo, veremos en su perfil perfecto la fina frontera que une, más que separa, la eternidad y el tiempo, la Iglesia del Cielo y la de la tierra, quienes ya están glorificados y quienes aún peregrinamos. Y sabremos que viven aquellos a quienes quisimos y perdimos, no como un deseo consolador, sino como una certeza; y sentiremos la inmortalidad –vida eterna que vence a la muerte– no como una aspiración, sino como una evidencia. Ante la Esperanza no existe más tiempo verbal que el presente: no fue, es; no estuvo, está; no quisimos, queremos; no nos quisieron, nos quieren. No es una ilusión nacida del miedo a la muerte ni un vano consuelo de penas y ausencias. No es una proyección subjetiva, sino una constatación objetiva, real, material, táctil. No somos nosotros, es Ella, físicamente presente allí, quien da forma humana a la esperanza cristiana.

Hoy, como hace un siglo, saldremos de San Gil con las mismas cargas con las que entramos, pero pesarán menos; con las mismas ausencias, pero llenas de presencia; con las mismas soledades, pero acompañadas; con las mismas heridas, pero limpias de la infección de la desesperación por un beso de Madre. Porque nosotros besamos sus manos, mirándola; pero Ella besa nuestras almas, mirándonos. El de la Esperanza Macarena, más que un besamanos, es un besa almas.

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