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Trinidad Perdiguero

tperdiguero@diariodesevilla.es

La imagen del campo

Sólo el vino ha logrado que se valore el esfuerzo y la singularidad que hay detrás de cada referencia

Escribo este artículo cuando columnas de tractores están todavía cambiando los cultivos por las autovías, en una mañana con niebla. El seguimiento de la protesta de los agricultores en la provincia y los cortes intermitentes lograrán un lugar destacado en las portadas de los medios de comunicación, aunque más por las incidencias en el tráfico y la foto llamativa que porque de verdad haya una preocupación en las ciudades, que suelen marcar la agenda, por eso tan heterogéneo que llamamos el campo y su supervivencia, pese a que es importante no sólo para las familias que lo habitan sino para el equilibrio de este país, como de cualquier otro.

Más allá de las razones que han llevado a su crisis de rentabilidad -con un clima cambiante, precios de gasóleos y energía al alza y una regulación cada vez más exigente-, parte de la solución está en superar la brecha o la "desconexión", según la llaman algunos expertos, que se produjo hace mucho entre los habitantes de las aglomeraciones urbanas como la de Sevilla -¿quién es capaz de saber qué es un producto de temporada, si siempre hay de todo?- y ese mundo rural, que se reivindica con sus agricultores.

Si se piensa bien, sólo el vino ha logrado con la literatura sugerente de sus etiquetas que quienes lo consumen valoren el esfuerzo y a las personas que hay detrás, cuidando de un territorio que es clave para la singularidad de cada referencia. El fenómeno, al que entonces consideramos "cultura" y es capaz de generar incluso un turismo inducido, parece que se contagia ahora al aceite de oliva virgen extra.

Aun así, quienes tenemos la suerte de conocer los dos mundos asistimos atónitos aún a comentarios que siguen denostando el agro por una imagen que no tiene que ver con la realidad de nuestros días sino con la de hace décadas, cuando se produjo la desconexión y el campo era como la FP, a la que iba el hijo que no servía para otros estudios más prestigiados. Hasta puede que hayan influido los mensajes interesados de los nacionalismos del norte, que sobra recordar.

Pero es un hecho que, con sus dificultades, pocas veces como ahora los agricultores andaluces han sido tan resueltos en su actividad, decididos a asociarse para aprovechar la fuerza de las cooperativas que cuentan con profesionales que viajan y se forman, para mejorar, apostar por cultivos nuevos y exportar. Están luchando por aumentar la presencia en las grandes superficies, donde debemos escudriñar las etiquetas para hallar productos que parecen de la tierra pero no lo son.

Pocas veces ese mismo sector ha tenido tan claro que la transformación y la industria asociada es la que crea valor añadido, como ocurre con todo el eje de municipios del Bajo Guadalquivir de Sevilla, que crece en población cuando se habla de lo contrario. Hay jóvenes formados que están volviendo a las fincas familiares y apostando por la calidad del producto de toda la vida, que ahora es gurmé.

Tal vez por eso ha surgido esta movilización, cuya batalla está también en la imagen y en lograr que se conozca esa realidad que es el futuro de la agricultura andaluza.

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