¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
El paso del tiempo ofrece la perspectiva correcta, lima aristas y reduce la carga que provoca el prejuicio. Tiempo le pedimos al tiempo y el tiempo siempre nos lo envía con puntualidad de encargo de Amazon. El tiempo absuelve a quienes fueron condenados, concede victorias postreras y aplica el bálsamo de la razón concedida a deshoras. El dirigente popular Juan Bravo, con silla en los maitines de Génova y al que mandan a salir en la tele matinal a darle estopa al sanchismo, dijo una gran verdad en la desdichada campaña de las generales de julio de 2023. “Es muy grave que con más de tres millones y medio de desempleados no se encuentre gente para cortar jamón”. A cuatro días de la apertura de las urnas sonó a banalidad y metedura de pinrel. Aparecieron desempleados ofreciéndose a cortar jamón y la denuncia se redujo a anécdota inoportuna. Algo más de dos años después, hagan la prueba y miren en cuántas tabernas andaluzas hay una pata de jamón lista para ser loncheada en presencia de la distinguida clientela. Busquen, busquen la patita. Cada vez menos negocios tienen un empleado especializado en el corte artesanal, como por ejemplo hace Antonio Bobillo en Casa Antonio en Zahara de los Atunes. No falta el restaurante que ofrece jamón, naturalmente, pero no se ve la pata. Son raciones sacadas del blíster, al que se le aplica un chorrito de agua caliente durante unos segundos para que las lonchas se separen mejor y, además, el tono rojo de la carne brille todavía más y, por tanto, entre por el ojo antes que por la boca. El bravísimo Juan tenía razón, pero no se la dieron, no se la dimos, porque el momento jugaba en contra. Hoy nos acordamos de Juan como de don Manuel Pizarro en aquel debate electoral con Pedro Solbes. Pizarro dijo todas las verdades, anunció la crisis que se nos vino encima, pero Solbes tocó los instrumentos tal como exigía la oportunidad y ganó el debate.
El PSOE del avieso Zapatero gobernó hasta conducirnos al desastre de no reconocer la crisis económica hasta que no tuvo más remedio. Cuando un fino analista gastronómico me advirtió de la cantidad de restaurantes que sirven jamón de blíster recordé al dilectísimo Bravo. Tal vez dijo la verdad en el momento inadecuado. Al menos logró que algún cortador de jamón encontrara trabajo. Las aplicaciones especializadas de teléfonos móviles que ofrecen una amplia nota de cata del vino elegido han acabado con la figura del sumiller. El blíster y el truco del chorrito de agua caliente antes de su apertura nos han dejado sin el cortador, salvo en esas bodas donde se quiere presumir de taco. Si no hay cortador, al menos que reduzcan el precio de la ración. Y que Bravo nos perdone. Le debemos una racioncita de Navidul. Que no está la cosa para tirar cohetes, aunque digan que la economía española viaja en uno.
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