Cuándo llegamos a Sevilla?", preguntó doña Ana Ruiz, la madre de Antonio Machado -maltrecha, desorientada, al filo del mapa y de la vida- camino de Colliure, donde madre e hijo morirían un mes después, en la misma habitación, de la misma pena. España salía por la puerta, banderas victoriosas transterraron o directamente soterraron las mejores mentes de aquel tiempo y este país. Doña Ana no iba descaminada en esa pregunta que nos sigue estremeciendo hasta el tuétano. "¿Cuándo llegamos a Sevilla?" surge de la misma intuición que "este sol de la infancia". Es el mismo umbral psíquico el que madre e hijo atraviesan al llegar al final y saberse en el origen.

Como otras tantas personas que en todo el mundo han leído con detenimiento la obra de Antonio Machado y se descubren ante su figura poliédrica y ejemplar, he visitado en varias ocasiones la tumba del poeta. Hacer el camino a pie desde la estación de Colliure al hotel Quintana, quedar a solas en la habitación de las dos camitas donde se dejó morir (sobre dos sillas pusieron su ataúd), pasar un rato sentada en la playa y hacer silencio ante su lápida hace aprender, avivar o revisar el sentido y el compromiso que cada cual tiene con su tiempo, con la verdad, con su obra y con la propia vida. En uno de esos viajes, ocho poetas andaluces fuimos a rendir de viva voz un homenaje al poeta. A lo que iba: en esa expedición, el malogrado Rafael de Cózar llevó consigo, para dejarlo a los pies de la tumba, un arrayán de un patio de Sevilla, en concreto de Las Dueñas, que fue la casa de vecinos donde nació Machado. Aquel gesto pequeño respondía calladamente la pregunta que tantos años antes hizo Ana. Hoy, que se cumplen 80 años de la muerte de Antonio Machado en Colliure, varios autores nos reuniremos en Sevilla, en la calle, a las puertas de Las Dueñas, en un acto organizado por la Casa de los Poetas y las Letras y coordinado por David Eloy Rodríguez. Volveremos a susurrarle a doña Ana la respuesta a su pregunta: Antonio Machado Ruiz, sevillano incómodo, hijo de Demófilo y de la trianera Ana Ruiz, y nieto del destacado darwinista Machado y Núñez, vuelve a Sevilla cada vez que alguien lo lee de veras y no emplea su nombre en vano. Cada vez que un político se unta versos machadianos en el discurso sin haber visto un libro suyo ni por las tapas -de leerlo, sin duda se escandalizaría mucho y lo tildaría de radical- vuelve a mandar a Machado a la frontera. Cada vez que alguien abre sus libros lo vuelve a acercar a este país (o lo que es lo mismo, este país se acerca un poquito a Machado). Queden sus restos en Colliure, son memoria viva, testimonio de la ignominia. Sus lectores continuaremos arrimándolo al origen, golpe a golpe, verso a verso.

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