
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla que cierra
La aldaba
Hoy te abrazaremos en el atrio como siempre, soltarás un comentario socarrón y con desdén sobre algún detalle de la compleja noche del Miércoles Santo (“Hay alto riesgo cuando el siguiente día es festivo”), me indicarás alguna singularidad del azahar, querrás que fije la atención en alguna novedad del altar de insignias, me contarás por enésima vez la importancia de la esencia que se aplica mediante spray para alcanzar el máximo aroma en el exorno de la Concepción, te harás el poco cansado, pero estarás realmente fatigado, más derrotado que un paso de misterio de los que da jabón de regreso por la Cuesta del Rosario y, de pronto, te marcharás silente a la Anunciación para clavar tu mirada en los ojos verdes de esa Virgen a la que ya era difícil dar más oro, más gloria, más clase y más halo de fina y auténtica aristocracia. Y lo hiciste. Hoy te veremos subido al paso del Señor con la Cruz al Hombro cuando haya que ajustar algún detalle de última hora. “Llégate por la escalera”. Discreto, siempre discreto. Parecías formar parte de los pasos de misterio. Esmerado, cuidadoso, exquisito, de criterio fino y, por encima de todo, creador de escuela. Un romántico de la priostía, un maestro en toda regla. Imposible no admirar ramos cónicos y bicónicos y no recordar tu obra. ¿Quién limpió la plata con mayor paciencia y esfuerzo para que recuperara el lustre? Veremos la naveta con forma de caracol marino y se nos caerá una lágrima. Admiraremos los esmaltes de Limoges de la corona y evocaremos aquel viaje a Silos para encontrar al monje que sabía tallarlos.
El Jueves Santo es una cita con la memoria, la hora de recordar con gratitud a quien ha sido un maestro de la priostía, creador de escuela, estudioso de estilos pretéritos, observador de la liturgia romana, buscador incansable del esplendor documentado y fundamentado para realzar aún más sus cofradías: San Bernardo, el Valle, el Silencio... Y algunas de fuera de Sevilla, porque siempre tuviste altura de miras. Son muy escogidos los cofrades que crean escuela en su ámbito. Y es una suerte haber tratado a alguno, haber aprendido de su magisterio, valorado su capacidad de trabajo en vida y admirado la fuerza a la hora de imprimir un estilo personal basado en el conocimiento preciso de la materia. Esos señores que tuvieron a las cofradías como máxima prioridad vital, a veces hasta el extremo. No conocieron la fatiga en la Semana Santa, ocultaban que estaban rendidos y sacrificaban todo para encauzar la fuerza de sus devociones. La naveta de caracol de la Virgen del Valle es el testimonio de amor que Manuel Palomino dejó en la tierra a su Virgen antes de partir a un mundo libre de miserias.
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