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El lanzador de cuchillos

Una máquina de ganar

El Real Madrid ha dedicado sus ciento veinte años de historia a hacer del triunfo una rutina

El Madrid de Ancelotti alberga el mayor misterio del deporte contemporáneo. Contra la evidencia y la razón, su conglomerado de jugadores humanos se impuso -en zona Cesarini- al triángulo mágico del PSG, a la velocidad supersónica del Chelsea y a la excelencia moral del profeta de Santpedor. Y en la final de París minimizó, con argumentos que sólo los necios podrán desdeñar, a un Liverpool de vídeojuego.

A diferencia de los deportes sensatos, el fútbol vive de enigmas; los que tienen el mejor toque pueden perder ante unos esforzados rebosantes de confianza. Hace años -se puede leer en Dios es redondo-, en un camino de tierra a las afueras de Marsella, un descendiente de argelinos pateó una piedra contra un muro. Con extraña determinación, repitió el juego. Pensó que algún día la piedra sería un balón y el muro una portería. No tenía otra muestra de talento que el desesperado deseo de conseguirlo. Así comenzó la leyenda de Zinedine Zidane. Y así enfrentó el Madrid post Zizou al inalcanzable Liverpool de Mané y Salah la noche que la luna salió tarde.

A veces con mitos y a veces sólo con hombres, el Real tiene la costumbre de ganar. Sin empalagos formales ni líricas de garrafón, el Madrid ha dedicado sus ciento veinte años de historia a hacer del triunfo una rutina. Mientras otros discuten sobre el sexo de la(s) pelota(s), el equipo blanco levanta trofeos. Pocas veces se deslizó hacia el sumidero estilístico del jogo bonito, tan afectado, pero, no nos confundamos, en Chamartín el tedio y la apatía están proscritos. Lo reconoce hasta un furibundo guardiolista como el escritor mexicano Juan Villoro: "Aunque ha preferido la contundencia, el Real Madrid nunca ha caído en el pecado de aburrimiento. Cuando lo entrenó Capello estuvo a punto de convertirse en una ciudadela defensiva, pero el público del Bernabéu exigió ataque. Además, algunos madridistas han tenido la clase de Butragueño, inventor de pausas y aun de siestas en el área chica; o de Laudrup, diseñador de perspectivas. Pero la marca del equipo no ha sido esa. El madridismo quiere tormentas de goles. Si aparte juega bien, pues peor para los otros".

El (re)sentimiento de sus enemigos -el Real no tiene adversarios- se resume en este titular de ayer del Mundo Deportivo: "El Madrid o cómo ganar la Champions con un solo disparo entre los palos". Como catalanes deberían celebrarlo, porque es un canto a las virtudes del ahorro.

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