La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La cochinada de los cubos de enfriar los tanques de cerveza
La tribuna
Apesar del avance espectacular de las tecnologías de la comunicación, nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestro pueblo, siguen siendo los ámbitos en los que se desarrolla una parte muy importante (la cotidiana) de nuestras vidas. Incluso nuestro quehacer laboral o profesional se inserta, las más de las veces, en estos marcos. Y cuando no es así, casi siempre se debe a la falta de empleos o de horizontes que obliga a la emigración forzosa. Afirmar esto no responde a una visión localista de la realidad sino a una constatación sociológica: la importancia del "universo social local" en nuestra cultura (andaluza, mediterránea, sureuropea) frente a las culturas anglosajonas, sobre todo la norteamericana, en que lo más normal, e incluso lo que se persigue, es vivir muy lejos de la familia, de los amigos, de los paisanos… La zanahoria del éxito personal (individual) oculta el palo de la desidentificación y el desarraigo, con los problemas materiales y mentales que conllevan.
La importancia vital de lo local (que no es incompatible con la participación en redes incluso planetarias por afinidades e intereses compartidos de diverso tipo) hace que sea también este nivel el más propicio para la necesaria reconquista de la política como ámbito de participación directa en los debates y decisiones sobre los asuntos públicos. La regeneración de la política -una necesidad en la que, al menos de palabra, todos estamos de acuerdo- sólo es posible a partir de que los ciudadanos (los habitantes de los municipios: de los pueblos y ciudades) recuperemos nuestra calidad de tales rechazando el papel, meramente pasivo, de consumidores de propaganda política y papeletas de votos. Por afectarnos de forma inmediata, cotidiana, las decisiones y las omisiones a nivel municipal, es en este nivel donde se hace más posible la participación directa de los afectados, el unirnos para discutir y consensuar las decisiones y también para controlar el cumplimiento de lo que se acuerde, sin dejar lo uno y lo otro en la exclusivas manos de los políticos de oficio, con su secuela de corrupción y mentiras.
La actual organización territorial del Estado no facilita este empoderamiento, por lo que un objetivo irrenunciable debería ser su reestructuración en profundidad: reconocimiento del barrio como entidad básica de participación frente a la artificialidad de los distritos, desaparición de las Diputaciones provinciales e instauración de las comarcas incluyendo como tales las áreas metropolitanas, y, en nuestro caso, instrumentos de autogobierno real para Andalucía, que es nuestro ámbito nacionalitario. Pero esta reeestructuración no se dará si no aprovechamos hasta su límite las posibilidades actuales y no utilizamos las herramientas municipalistas para incentivar la participación e iniciativa populares, fortalecer los movimientos sociales y demostrar que hay otra manera de hacer las cosas.
Tener esto en cuenta es fundamental en vísperas de unas elecciones municipales ante las cuales los partidos del régimen (principalmente PP y PSOE) vuelven a vendernos humo: grandes infraestructuras inviables, como el dragado del Guadalquivir (la presidenta de la Junta del Puerto es la número dos de la candidatura psocialista de Sevilla), grandes fastos y exposiciones (como la que se ha inventado Zoido sobre Murillo, también en Sevilla, que no es otra cosa sino una ocurrencia de su equipo de marketing), o incluso peregrinos ejercicios de nostalgia (como el retorno de la "movida madrileña" que promete quien encabeza IU, o lo que queda de ella, en Madrid). Y cuando nuevas opciones políticas (Podemos) que se presentan como alternativas han minusvalorado la importancia de lo municipal al centrar su interés, y su trabajo, primordialmente en el nivel estatal, contradiciendo su propio discurso de que hay que construir de abajo arriba.
Es evidente que nuestra sociedad no puede transformarse en profundidad sólo desde el nivel municipal pero no es menos cierto que sin profundas transformaciones en este será imposible cualquier otra transformación. A lo que habría que añadir que la relación entre los diferentes niveles territoriales, para ser realmente democrática, debe responder a un modelo y unas prácticas confederalistas, para que los niveles "inferiores" no pierden capacidad de decisión y se conviertan en meras terminales de los tentáculos del poder centralizado y globalizado. Un municipalismo que combine la democracia directa, asamblearia en barrios y pueblos, con mecanismos de representación (o de portavocías), es imprescindible si queremos recuperar el verdadero sentido de la política, fortalecer los movimientos cívicos autoorganizados y defender los bienes comunes: el suelo, el agua, la vivienda, la salud, la educación, el medio ambiente urbano, la cultura… de la voracidad de las grandes corporaciones financieras y empresariales que sólo los contemplan como medios para multiplicar sus ganancias.
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