Usted también habrá conversado en estos días, probablemente, con gente conocida que antes de la pandemia ya vivía pegada a la pared, con lo justo, y que han pasado los días de encierro tirando como podían entre la paga de la abuela, la casa de empeño y la ayuda de los movimientos vecinales y de alguna hermandad. Las llamadas "colas del hambre" se engrosan en las aceras no ya de la Sevilla de las barriadas, también en intramuros. Por la tele, la presentadora cuenta que el ahorro de los españoles en marzo se ha multiplicado por diez. Supongo que no se referirá a todos los españoles; no pocos -que cuento entre los privilegiados- van a poder seguir viviendo a costa de fundirse las cuatro perras que habían juntado. La cosa, para muchos, se ha puesto realmente achuchada.

Hay un ranking en el que Sevilla está la primera: somos los plusmarquistas de la miseria. Tres de nuestros barrios son los más pobres de España. El Polígono Sur es la zona más deprimida del país entero. Los Pajaritos, la segunda. Torreblanca está en el cuarto puesto de la lista. La chiquillería se lleva la peor parte. No hay palabras. "Sur de basur, de absur. / Desurbanicexprimesur./ Típicolormiserisur./ Costrocalor. Subdesarsur", se inventa algunas Fernando Quiñones para ayudarme a definir lo que nos pasa. La pandemia ha venido a agrandar la brecha, de la que ya advirtió el relator de la ONU, que se fue de aquí con las manos en la cabeza y algunos lo pusieron de exagerado y loco. Y es que hay quien todavía no se acaba de creer, supongo que porque no la vive en su casa, que en Sevilla se pasa necesidad. Por eso se oponen al ingreso mínimo vital, prestación que, como saben, existe en otros países bolivarianos como Alemania, Francia, Italia o Luxemburgo. Argüirán también que, en esos países, la economía irregular no es tan intensa como en este Sur, que aquí habrá quien cobre la ayuda a la subsistencia mientras curra en un chapú. Quien despotrique contra ello ha de asegurarse antes de que no lo fomenta, y preguntarse por qué aquí hay trabajo informal. Hay quien, creyéndose lo que nos han contado de nosotros mismos -que somos flojos hasta para pronunciar los participios- piensa que el ingreso adormecerá la búsqueda de un trabajo y de mejores condiciones de vida. En cierta ocasión -cuando él ya había muerto y yo comenzaba a vivir por mí misma-, el Premio Nobel Bertrand Russell me explicó desde uno de sus libros que un ingreso para poder subsistir ofrece las condiciones básicas de dignidad a partir de las cuales podemos desarrollar en calma las actividades para las que más valemos y más nos gustan. La sociedad así consigue ser no sólo próspera, también feliz. Y digna, pues entonces la caridad no suplanta a la justicia social. Hay ciudades en las que el ingreso mínimo vital será especialmente beneficioso. Sevilla es una de ellas.

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