Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Manuel Vilas salió a la vida desde el amparo del seno familiar con dos “mandamientos” de su madre: que procurara no convertirse nunca en un muerto de hambre y por nada del mundo fuera el último mono. A pesar de eso se hizo escritor… Y poeta. El caso es que no le ha ido nada mal porque ha llegado a ser uno de los principales referentes de nuestra literatura actual, sobre todo tras la publicación en 2018 de su gran éxito, Ordesa, la obra que lo reconoció como uno de los grandes intérpretes del alma humana.
Pero Vilas lo habría tenido mucho más fácil para satisfacer aquellas exigencias maternas si hubiera optado por un camino más recto al elegir su profesión (o su dedicación). La política, donde casi siempre impera ese sentido práctico, sería uno de ellos. Para eso necesitaría un tercer mandamiento: No dimitirás. Y un cuarto: Muere matando. Es el abc de nuestros dirigentes, pero algunos como Carlos Mazón lo han llevado a sus últimas consecuencias.
Se dice que estos comportamientos son fruto de nuestro tiempo, con profesionales de la política que se aferran al poder hasta las últimas consecuencias porque su nivel es tan bajo que no les da para otra cosa. Pero quiero recordar lo que decía otro de nuestros mejores escritores, Javier Cercas, sobre Adolfo Suárez en el contexto de la grave crisis en España que precedió al intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. “Un político puro no abandona el poder: lo echan”. Y además el entonces presidente español estaba convencido de que sólo él podría arreglar lo que había malogrado. Ya ha llovido desde entonces, pero esto mismo podría decirse de buena parte de las personas que ocupan hoy cargos políticos o de confianza.
Otro ejemplo es el del ministro Ángel Víctor Torres, que lejos de sentir algo de pudor por sus relaciones con Koldo García –desveladas en el último informe de la UCO–, saca pecho por la ausencia de pruebas delictivas, como si esa fuera la única exigencia de un representante del Gobierno. Como si las conductas de dudoso calibre moral no influyeran en la legitimidad de un político. En ese manual tácito que se recoge junto a la cartera de poder sospecho que reza un último mandamiento: Niégalo todo.
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