¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
Gurb es enviado a la Tierra con la encomienda de entender a los humanos. Misión imposible, dado que si puede ser simple de entender a “un” humano, es imposible entenderlos como un todo, dado que cada cual tiene una propia e intransferible simplicidad, capaz de ser tan contraria a la de otro u otros como para motivarlo a querer que caiga un meteorito sobre la casa de su cuñado o del estadio merengue o culé... y dejemos mejor las fraternas comparaciones y los que –a cierta edad– son ridículos odios futboleros del Meridión hispánico. Siempre habrá tiempo para hacerse enemigos. Para más inri, puede que no los haya peores que los de los propios amores.
Gurb, fiel a las órdenes recibidas en su planeta, intenta comprender al terrícola medio mimetizándose con gran pasión, y no menor ignorancia, en sus costumbres. Un día, decide comprarse un chándal y correr con un denuedo carente de propósito por aceras y parques. Al poco, se asfixia bastante; para y se compra y zampa diez kilos de churros, incluidos el cartucho y sus lamparones: “Que corra otro”, se dice el protagonista de Sin noticias de Gurb, que, junto con El asombroso viaje de Pomponio Flato, son las novelas de humor –desternillantes tantos pasajes— que de Eduardo Mendoza he leído. El otro día recogió su premio Princesa de Asturias. (Recuperen la columna Eduardo Mendoza o la felicidad lectora, de Carlos Colón, sobre el discurso del autor de La verdad sobre el caso Savolta, opera prima que, en caliente, releí el domingo.)
O La ciudad de los prodigios, sobre una Barcelona entre el XIX y el XX, extinta en su cosmopolitismo y atenazada por abscesos umbilicales vestidos de Toni Miró en la derecha nacionalista; pagada de sí y, por tanto, y excluyente. U otros, con ternos de menor criterio, sus “germás” rojos y de sospechoso origen regional. Barcelona era maravillosa, pero causa recelo ir a verla de nuevo (ya demasiados van, morralla turística en buena medida).
Eso sí, como dijo Mendoza en su charla, “todo es relativo... o no”. Tan delicado fue ese “golpe” que no provocó risas a coro, como otras genialidades sencillas que soltó en Oviedo con ojitos malandrines. Siempre he pensado sobre este escritor una paradoja: debe de ser duro que todos y cada uno no dejemos de resaltar en él su “exquisita ironía” e “inteligente sentido del humor”. Y es que hasta el halago cansa. Como correr o hartarse de churros.
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