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La tribuna

Mary Cruz Arcos Vargas

Un nuevo horizonte para la UE

HOY, 1 de diciembre de 2009 entra finalmente en vigor el Tratado que los jefes de Estado y Gobierno firmaron en Lisboa el 13 de diciembre de 2007. Con esta entrada en vigor llegamos al fin del periodo de parálisis que ha vivido la Unión Europea a pesar que durante todo este tiempo no sólo ha seguido trabajando la UE, sino incluso creciendo en el número de sus estados miembros.

La norma que hasta hoy nos amparaba como esquema constitucional (el Tratado de la Unión Europea como quedó reformado tras el Tratado de Niza) fue una solución provisional, que se logró con un "parcheo" de la entonces vigente, en la que no se resolvían los problemas de fondo que tenía la UE, pero que al menos desbloqueaba el proceso de ampliación en el que estaba inmersa (ya se estaba negociando con los diez nuevos socios, dado que ya se estaba preparando la gran reforma -el salto cualitativo- que suponía el Tratado-Constitución.

Finalmente el Tratado-Constitución, que era respetuoso con el pasado a la vez que innovador, no llegó a entrar en vigor tras los resultados negativos de los referéndos francés y holandés, y como las prisas no son buenas consejeras, la UE decidió darse una pausa para la reflexión que concluyó con la puesta en marcha de un "plan B", pero en el que ya era mucho más difícil incorporar avances sustantivos, tanto por la experiencia del fracaso anterior como porque ya era necesario negociar a 27 estados, con sensibilidades y visiones de la UE muy distintas. No es casual que el lema de la UE sea "unidad en la diversidad".

El acuerdo se logró finalmente en diciembre de 2007, pero dicho acuerdo como Tratado Internacional necesitaba ser ratificado por los 27 para entrar en vigor, y su llegada no fue pacífica. Hubo estados que necesitaron hacer una consulta popular, como Irlanda, que ante su resultado negativo se repitió tras hacer algunas concesiones que restaban importancia a algunas de las principales innovaciones institucionales, como el recorte del número de comisarios. Hubo otros como Chequia, que han necesitado resolver un recurso ante su Tribunal Constitucional, con un gobierno nada entusiasta de de las soluciones recogidas en el Tratado y que tras interpretaciones al filo han permitido su ratificación.

En gran medida, el Tratado de Lisboa es continuista con lo vivido hasta ahora. Más del 90% del Tratado recoge fielmente lo incorporado en el non nato Tratado-Constitución restándole importancia a los términos y a los símbolos. Pero nos aporta soluciones necesarias: así simplifica la estructura del derecho en vigor, abandonamos la compleja estructura de pilares para tener un tronco común con distintas ramas, da una estructura más coherente al sistema institucional al recoger figuras tan útiles para que la UE actúe como un actor global sin esquizofrenias como la "ministra de asuntos exteriores" o el presidente electo del Consejo Europeo. Por fin Europa tiene una cara o un teléfono al que llamar, lo que suscitaba las quejas de Kissinger en los 70.

Esta simplificación de los textos básicos acerca la construcción europea al ciudadano, no sólo permitiéndole participar directamente a través de la iniciativa popular con un millón de firmas, o intensificando la participación de los Parlamentos nacionales y la posición nuclear del Parlamento Europeo. También por fin se da un sustento jurídico a la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, proclamada en el "limbo jurídico" desde 2000, aunque el Tribunal de Justicia venía utilizándola como texto de referencia en sus argumentaciones.

Por todo ello, creo que la entrada en vigor es una buena noticia y un paso decisivo, pero ahora hay que saber gestionarlo bien.

Sin duda hay fuerzas centrífugas en la UE; no sólo posiciones reticentes como la mostrada por Chequia en su proceso de ratificación, también propuestas de renacionalización de competencias como las vertidas por el partido de la oposición en el Reino Unido. No podemos olvidar las palabras fundacionales de Schuman: "Europa no se hará de un golpe, sino paso a paso"

Pero esta UE revitalizada puede ofrecernos soluciones para problemas que los estados aisladamente no podrían resolver, baste pensar en crisis económica, aumento del desempleo o cambio climático. Y para gestionar estas necesidades contamos con unas instituciones recién renovadas -Parlamento Europeo y Comisión, a las que hay que dar un voto de confianza- y con una presidencia del Consejo -España para el primer semestre de 2010, en coordinación con Bélgica y Hungría hasta junio de 2011- con importantes propuestas de futuro. Ahora que sí tenemos los instrumentos necesarios esperemos que la UE pueda responder a los retos que se le plantean.

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