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Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

Se ofrece interna

Numerosos profesionales de limpieza con contratos temporales han perdido su trabajo en plena temporada

La escena se ha vuelto habitual pero, como sucede con tantas vidas afectadas por la pandemia, reclama nuestra atención. Una amiga entrevista a su nueva empleada doméstica. De una bolsa azul de Ikea extrae una raqueta limpiacristales de brazo telescópico con una anchura que a ella -la escuchamos- le permite "un mejor contacto con las distintas superficies". También trae su propia bayeta ecológica porque está convencida de que muchas zonas se limpian mejor con agua y evitando productos abrasivos que pueden acabar deteriorando el mármol o la madera de bambú. Aunque ahora el olor inconfundible del gel de hidroalcohol se cuele en todas las habitaciones, a ella le gusta el olor del jabón de Marsella. "Y si me compra amoníaco, con un taponcito diluido en un cubo de agua quedarán mejor los ventanales y mamparas que con un producto limpiacristales". Al principio da estas explicaciones sucintamente porque quiere evaluar en cuánto tiempo deja impoluta esta casa de sólo tres miembros que aspira a fidelizar entre su clientela, entre ellos un inquieto y ruidoso bebé. Impresiona a toda la familia, incluso a los parientes que llegan del pueblo a visitar y mimar al benjamín. No parece haber secretos de limpieza que ella no conozca y que no haya testado, todas las marcas blancas han pasado por sus manos en algún momento de su larga carrera como profesional de hotel. Hasta ayer presumía de arreglarle el cuarto a celebridades y deportistas, pero ahora ha vuelto a limpiar casas, como cuando empezó hace más de 25 años. "Yo trabajaba en uno de los mejores cuatro estrellas de esta ciudad pero no estaba en plantilla, así que con la pandemia a los temporales no nos han vuelto a llamar y ya no puedo esperar más". Hoteles emblemáticos siguen cerrados, con lo que eso supone para el personal que trabajaba allí y para las tiendas y empresas de servicios próximas, como peluquerías y salones estéticos. El drama está servido pero esta mujer sólo habla con orgullo de su carrera y con un nivel de exigencia que recuerda a los mayordomos de Los restos del día, la novela del Nobel Ishiguro llevada al cine por James Ivory. Acostumbrada a dejar impolutas habitaciones cuyos balcones se asomaban a jardines decimonónicos mira esta casa abigarrada y llena de juguetes y, sin pretenderlo, frunce la nariz. "Será difícil pero tendré que intentarlo", murmura, colocando la mano derecha muy cerca del corazón. Y antes de irse, porque no tiene claro si la llamarán o buscarán a alguien más joven, se sincera. "Si necesitan referencias mías pueden llamar a cualquiera de los hoteles importantes de la ciudad. Y si necesitan que trabaje interna estoy dispuesta a cuidar del niño. No es fácil poder pagar el alquiler. Nadie imaginaba que en una ciudad que vivía del turismo las Kellys íbamos a ser tan prescindibles".

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