Trinidad Perdiguero

25-N: lo que se nos olvida

No ha sido una cuestión de buenos y malos y hablar de violencia contra la mujer ha ayudado a combatirla

27 de noviembre 2019 - 02:32

El lunes por la noche, mientras repasaba lo que había dado de sí el día, con las redes saturadas de exabruptos, vergonzosos vídeos, ecos de batucadas y artículos con datos sin más profundidad que la etiqueta #25-N, viví cierta desolación. Tanto ruido para no oír nada, para no aportar nada, incluso aunque una tenga interés por escuchar y hacerse una opinión crítica de las cosas.

Fueron los vericuetos de la memoria los que me ayudaron a recuperar algo del sentido de la jornada. Me acordé, por ejemplo, de cuando siendo niña en una zona rural andaluza, oía comentarios del tipo "mi marido no quiere que trabaje"; "le daba palizas y ahora el viudo va a visitarla al cementerio, no sabe vivir sin ella"; historias de mujeres fuertes e intuitivas que cuando daban una opinión en casa tenían que escuchar el tú no entiendes y aguantarse, porque el cabeza de familia disponía.

Así eran las cosas. Así habían sido. Como en las ciudades. Si la mujer tenía mal tino al elegir marido no había más que hacer que sobrevivir a esos círculos o ser señalada. Eran los consejos que muchas mujeres recibían hasta de quienes las querían y creían que así iban a protegerlas.

También me acordé -el pensamiento, si lo dejas, es así de caprichoso- de lo que Paco Lobatón comentó una vez sobre las razones que daban aquellos desaparecidos que no querían recuperar el contacto con los suyos cuando los encontraban con el programa que dirigía en los 90. Casi siempre eran homosexuales y víctimas de malos tratos.

Es de perogrullo, pero nunca se ha tratado ni se trata de buenos y malos -el querer enfocarlo así es una simplificación interesada- sino de hombres y mujeres de su época, educados en unos valores determinados, con unos modelos y una forma de entender el comportamiento y los papeles adecuados para cada sexo, con una forma aprendida de reaccionar a la frustración.

No hace tanto de todo eso. ¿No se acuerdan?, ¿una generación, dos? Si pueden, pregunten a sus mayores. Observen sus vestigios, sus réplicas. Es verdad que las cosas han cambiado en pocos años y hay que preguntarse por qué. La emancipación laboral de la mujer es determinante. Pero también el que se hable de la violencia contra la mujer. El debate, las charlas, además de las leyes siempre mejorables y los recursos (los de verdad, fiscales, policías, trabajadores sociales, las redes de apoyo), han ayudado a que muchas, también en esa Andalucía rural a veces menos permeable, sean conscientes de esos círculos perniciosos y de que pueden romperlos. Teóricamente, sin que les cueste la vida.

Incluso cuando se destaca que el mayor problema no está ya en la sociedad española, sino en otras culturas que se asientan entre nosotros, es bueno que cuando esos ciudadanos bajen a la calle, enciendan la televisión y charlen con su vecino lo que perciban sea que la violencia contra la mujer no es tolerable en ningún caso y no se cuestiona en este país. Por más resistencia, funcionarán los vasos comunicantes. Eso es sólo algo de lo que se nos ha olvidado en este frustrante 25-N.

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