Paraísos mutilados

23 de agosto 2025 - 03:11

Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, puede decirse que fue mi época más viajera. Peregrinaje por rutas españolas, que entonces no era poca cosa. Era lo suficientemente joven aun y ganaba el suficiente dinero. Y algo importante, unos amigos, en unas ocasiones, una pareja en otras, o una combinación de ambas cosas, las menos de las veces, que me secundaban con entusiasmo en esas cabalgadas a la aventura a lomos de un Renault 5 rojo o el 11 del mismo color, según el que lo aportara de los que teníamos entonces coche. Digo a la aventura y digo bien, no había reservas previas e, incluso, ni rutas previstas, salvo tener claro la zona de nuestros movimientos.

En aquellos años buscábamos principalmente en los viajes largos veraniegos las tierras del Norte, léase Asturias y Cantabria. La primera vez que entré en aquellos paraísos fue por el Puerto del Escudo. Tremendo impacto. Después de recorrer Andalucía hasta Despeñaperros, atravesar los llanos de La Mancha y la despoblada meseta al norte de Madrid, hasta más allá de Burgos, entrar en Cantabria fue como cuando Eddie Valiant entra en Dibullywood. Pasamos el puerto entre la niebla y, de pronto, se abre el panorama a unos valles verdes, casas de piedra y madera y vacas de color castaño, fue como llegar al mundo de Heidi.

Pero el asombro iría en aumento en cada llegada a un paraje, una aldea o una ciudad. Del cosmopolitismo decadente del Sardinero, a la fascinación medieval de Santillana del Mar. Del sabor a mar del recoleto puerto marinero de Pechón a la inmersión campestre de Potes, sus vallas de piedra guardando manzanos para la sidra, el humo de un cocido montañés o la impresión calmada, en penumbra, del monasterio de Santo Toribio de Liébana. Subir al teleférico en Fuente De para atravesar las nubes y contemplar la imponente masa de los Picos de Europa. La cercanía del mar y la montaña. Y todo ello con un sesgo de autenticidad lejos de las masificaciones actuales.

Ya detecté, hace unos años, como había cambiado el entorno de los lagos de Covadonga, todo parcelado, reglamentado, lleno de gente. Me lo confirman viajeros que acaban de regresar de Cantabria. Me cuentan, precisamente en Potes, la proliferación de tiendas y tenderetes turísticos, la gentrificación lo llaman, los paraísos mutilados.

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