¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
Sonaba la música en el taxi muy bajita, pero pude reconocer el sonido de Extremoduro aquella mañana de la muerte de Robe Iniesta. Para el conductor, llevarla así, como un susurro, era una especie de homenaje íntimo, como un recogimiento o una oración compartida con miles de seguidores aquel día, pero sin decibelios. Le pedí que subiera el volumen un poco para poder compartir el momento y cuando iba a hacerlo prefirió hablarme de lo que esa música significaba para él y de su tristeza aquel día. Sentía la pérdida de Robe como si fuera un familiar muy cercano, porque le había puesto música y letra a sus momentos vitales. Aquella mañana escuchaba los acordes y en su mente desfilaban las escenas de su vida.
Me bajé del taxi pensando que este fenómeno debía de ser la esencia de eso que ahora llaman parasocial, palabra del año elegida por el Diccionario de Cambridge. La definición es “conexión que alguien siente entre ellos y una persona famosa que no conocen, un personaje de un libro, película, serie de televisión o inteligencia artificial”.
No es que ese término sea nuevo, fue acuñado por dos sociólogos en 1956, pero la institución británica ha encumbrado ahora lo parasocial por la cantidad de búsquedas en internet y por la inercia desbordante del propio fenómeno, alentado por las redes sociales. Se habla incluso de devoción parasocial hacia los asistentes de IA, que son tratados como humanos sabios. Lo que arrasa es el seguimiento minucioso de personajes públicos a través de redes sociales, hasta el punto de querer saberlo todo, si toman leche sin lactosa en el desayuno o si duermen con calcetines. Cuando cuelgan un vídeo para contar sus problemas, sus seguidores pasan muy mal día; pero si es al revés, la alegría es contagiosa.
Es lo mismo que le sucedió al taxista aquel día, pero llevado a lo cotidiano o al nivel de memez. El fenómeno de sintonizar con los ídolos es antiguo y muy natural en determinadas situaciones, pero los psicólogos alertan de que el seguimiento tan pormenorizado de la vida de famosos a través de las redes o el uso de la IA como consejera emocional son síntomas de la soledad no deseada y de cierto desequilibrio colectivo en una sociedad que conoce mejor al personaje de moda de Tik Tok que a la vecina de al lado, con quien compartimos una mueca en el ascensor y poco sabemos, ni nos interesa, de su maquillaje, sus gustos musicales o sus cenas. Ni siquiera nos preguntamos si tiene con quien compartir todo eso, porque es más fácil encender la pantalla que abrir la puerta.
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