TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Cuando algún enteraíllo va y suelta -la risa sardónica, el gesto de desprecio- eso de "¿pero tú en qué mundo vives?", tardo cero coma en devolverle a su tejado la pregunta: "¿Y tú?, ¿en qué clase de mundo vives?". Es agotador que, a estas alturas de los tiempos, aún perviva en todos los estratos sociales de la ciudad cierta mentalidad, obtusa y canina, de patio de Monipodio y, por tanto, la costumbre activa de no fiarse, no ya de mercachifles y descuideros, sino de cualquiera. En la cola del Lefties, una señora estudia la estrategia para colarse por la escuadra; en la frutería, un fenicio le encaloma unos kiwis pochos al guiri; durante la conferencia, el palmero intercepta a los barandas a quienes pasarles el muñón por la chepa; "ahora vengo, sigue tú", dice el que se escaquea. Llevo una semana llamando al tipo que me ha dejado el frigo a medio arreglar. Obviamente, no me lo coge. Los sevillanos Rinconete y Cortadillo -en versión grotesca- no son sólo El Culebra y El Cabeza; son ante todo Los Compadres. Pervive en cierto modo, más que en otras ciudades, cierta simpatía romántica por la listilla, el vivo, el acoplado, el sibilino, la maledicente o la aduladora, el donjuán de tergalón, el infanzón escrupuloso con la querida al otro lado del puente, el servil, el buscón, el mangantuno, las patas cortas, el hambre para mañana. No se le tiene aprecio, en cambio, sino que es motivo de risión, quien no sabe o no quiere ser vivales (sin embargo, a mí me provoca mucha ternura, como ese joven Juan Belmonte, retratado por Chaves Nogales, al que las algabeñas le afanaban la quincalla del puestecico). Son rémoras morales de las hambres de otros tiempos; y también en parte producto de la miseria viva que se vive ahora en muchos de nuestros barrios.

Mantener esta cultura cuñadista, propia de cátedros de la Huniversidad de la Bida, extendida en toda España pero de infausta fama en nuestra ciudad, sale demasiado caro. No hay ganancia real ni buena vida en el menudeo y el engaño inter pares, tampoco en las redes clientelares ni en las guillotinas para cráneos privilegiados. Quien se lo lleva en crudo no transita estas aceras, ni se viste de picarillo, ni tiene rostro fijo, y estamos encantados de dejar que entre en casa por el wifi cada vez que no leemos su letra pequeña, y en nuestra cuenta corriente a cambio de una batería de cocina. Capaces somos hasta de bailarles de gratis en la gala de los Goya. Éstos son hoy el gran patio de Monipodio. Entre nosotros, los peces chicos y de a pie, más nos valiera dar muestras de honradez y confianza. Saldríamos ganando, y mucho. Sea moderno: no intente sacar tajada del convecino.

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