¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Hijos del Sahara
¡Oh, Fabio!
LLEGÓ puntual al Hotel Doñana. Muy serio. Muy maqueado. Muy gitano. Muy a lo señor. Aunque eran ya los años en que se había forjado su reputación de hombre complicado, de dandi-clochard que liaba los tacos con la toalla blanca al cuello, en todo momento estuvo amable y formal. Todo se desarrolló con la suavidad de uno de sus capotazos de leyenda. Tomamos un café. Paco Reyero tendría vía libre para husmear en su pasado y escribir una biografía autorizada que publicaría, Dios mediante, la Fundación José Manuel Lara. Y el avezado Reyero se puso a la tarea de preguntar por los tabancos y zaguanes del barrio de Santiago sobre la vida de ese torero guadianesco que lo mismo lucía triunfal como un rompimiento de gloria que hacía rugir con bronco reproche a las plazas de España tras alguna de sus míticas espantás. Hasta que algo se torció. Un día llamó a la fundación y, después de saludar con un ofendido “señor Sánchez-Moliní” que nada bueno presagiaba, empezó a largar sapos, culebras, calaveras y cartuchos de TNT, como un personaje de tebeo antiguo. Algo le había disgustado, pero nunca supimos exactamente qué. La historia está llena de estas confusiones y misterios. La Fundación Lara prefirió suspender el libro, pero Paco Reyero, que no es hombre tibio, siguió adelante. El resultado fue Rafael de Paula, dicen de ti, biografía que publicó Ézaro, una editorial gallega, lo cual no deja de tener su gracia.
Gitano de blanca crin que pasó por este mundo dando y recibiendo latigazos, Paula tuvo sobre todo la virtud de crear momentos de puro arte en el ruedo. Solo lo vi una vez en la Maestranza. Fue un petardo, pero para eso está la historia y la épica, para recordarnos que aquel hombre derrotado era un dios en horas bajas. ¿Qué dios no las tiene?
La vida de Rafael de Paula tuvo sus pifostios y venganzas; sus navajas y sedas, sus juzgados y calabozos. Cuando se calentaba no contenía la lengua y era capaz de presentarse ante el juez vestido como el más lacado de los príncipes calés. Pudo descomponer el gesto en la plaza, pero no cuando lo escoltaron los civiles. Sus escándalos pasarán, pero siempre se recordará que Paula gozó del don de fascinar a gentes acostumbradas a alimentarse con la más fina ambrosía del arte. Fue un matador del pueblo de Jerez y, por extensión, de toda la Baja Andalucía. También fue un torero de intelectuales, algunos de los cuales le llegaron a profesar una devoción enfermiza y rara. Todos podemos tener algo de Paula: sublimes y rufianes, valientes y medrosos, gigantes y pigmeos..., pero no todos podemos hacer arte como este Rafael que ya forma parte del Olimpo de la torería, como Juan y José.
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