La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Si se observa el mundo actual, descubrimos que se multiplican los augures de desdichas sin cuento, pronosticadores fulleros que nos anuncian un futuro desastroso. Este pesimismo interesado, que también, cómo no, aparece entre los conservadores, alcanza cotas sorprendentes entre los progresistas, instalados permanentemente en la prédica de nuestro inevitable retroceso. Para ellos, la pobreza siempre crece, la desigualdad se acentúa y el planeta camina hacia su inminente destrucción.
Me produce asombro que en una comunidad que ha logrado un bienestar palpable, con avances como el aumento de la esperanza de vida, la reducción global del hambre o la generalización de la educación, aumente un catastrofismo exagerado que encuentra amenazas en todo y engrosa la cadena del miedo colectivo.
Alguien ha dicho que la economía de libre mercado tiene un problema, porque la prosperidad que trae consigo hace proliferar a los profetas de desgracias y, en especial, a quienes desprecian los derechos individuales y ensalzan la utopía intervencionista e igualitarista. No deja de constituir una estrategia útil esta de convencer al pueblo de que todo va mal y de que necesita salvadores que dicten sus reglas sin oposición ni estorbo. Pudiera parecer que la gente no es tan ingenua. Pero los hechos –y más hoy y aquí– prueban nuestro error.
Los progresistas, en particular, han persuadido a buena parte de la sociedad de que el verdadero y único progreso es el que ellos defienden. Y eso pasa por despreciar las conquistas presentes, por considerar insuficiente la democracia liberal y denostar la libertad efectiva de los ciudadanos. Sostenía Walter Benjamin que había que politizar el pesimismo, darle sentido y proyección para superar el fracaso de la izquierda anticapitalista en el siglo XX. Sin duda en ello están.
Deberíamos desoír esas voces funestas y apreciar la bondad de lo que tenemos, perfectible pero en modo alguno desdeñable. Dentro del pesimismo estratégico se ocultan manipuladores, dispuestos a imbuirnos la idea de que no hay más camino posible que el de obedecer sus consignas. Nada más lejos de la realidad. Ese paraíso impostor, que sufrió y sufre media humanidad, jamás será capaz de crear riqueza, aceptar el pensamiento libre o dejar que vivamos nuestra vida sin ligaduras y en paz.
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