Piperos

02 de mayo 2025 - 03:08

Siete son los pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia) y siete las emociones primarias del hombre (sorpresa, miedo, alegría, tristeza, ira, amor y asco), tan poderosas que son casi imposibles de disimular. A mí especialmente me cuesta esconder el asco, tan necesario que nos ayuda a evitar sustancias dañinas, pero que también tiene un componente de trauma personal, porque a veces es irracional.

Haciendo examen de conciencia, trato de descubrir cuál sería mi tarita. Me explico: siento un asco visceral por las cáscaras de pipas. Según reputados estudiosos en la materia, puede deberse a una aversión llamada tripofobia, que es el miedo a patrones o figuras geométricas repetitivas, como el de una colmena o el de los frutos en el interior del girasol. Lo mío no es eso. De tener alguna fobia, sería la misofonía, que provoca una intolerancia a los sonidos producidos por el cuerpo de otras personas. Traducido significa que experimento instintos asesinos escuchando a alguien masticar, respirar, toser… o comer pipas. Dicen que el cerebro de las personas que la padecemos va más rápido de lo normal. Es una cosa de inteligencia superior. Y no lo digo yo, lo dicen los expertos.

Oír a una persona comer pipas me causa un tormento equivalente al que sentiría encerrada en la habitación del silencio con un tío masticando picos. Me rompe la armonía. Además, esos restos picudos baboseados son repugnantes.

Hay una marca de pipas llamada David cuyo lema publicitario es: “Come, escupe y sé feliz”. Encontraría más acertado que fuera: “Come, escupe y desquicia a las personas que te rodean”.

Respeto al que las consume en la intimidad de su casa y también al que no las tira al suelo, especialmente en la playa, con la excusa de que son restos orgánicos que no contaminan. También lo son las cáscaras de sandía y dejarlas en cualquier sitio que no sea la basura es de cochambroso.

Los españoles no teníamos esta (¿mala?) costumbre, hasta que llegaron los rusos de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil, que las comían con ahínco. Y como a nosotros todo se nos pega, la hicimos nuestra.

En la época madridista de Mourinho (qué guapo era) surgió el término pipero para definir al que iba al fútbol con su cartucho a opinar sin animar al equipo. Es el pipero criticón.

Muchos de los españoles de la Baja Andalucía que habito recurren al fruto del girasol para combatir el hambre que da la espera. Reparé el pasado Sábado Santo, al paso del Santo Entierro de Sanlúcar de Barrameda, en que había decenas de personas a mi alrededor ingiriéndolas con verdadera desesperación. Esta variedad es denominada pipero desnutrido.

Si uno come pipas en una plaza de toros significa que nada interesante está pasando en el ruedo. Cuando surge la magia del toreo, solo cabe la alegría, el pellizco, la sorpresa o puede que el enfado y, entonces, es imposible dedicarse a engullir semillas. Por ello, el de los toros, es el pipero indiferente, que es el más letal.

Una vez, Morante se presentó en una manifestación antitaurina comiendo pipas. Yo no digo nada.

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