Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La plaza calva

Dejar morir a los árboles en una ciudad con las temperaturas de Sevilla no es sólo un desatino, refleja dosis de sadismo

El otro día pasé por la plaza de San Lorenzo. Estaba calva como no la había visto nunca. Ya sé que ha habido que quitar los plátanos de sombra que le daban una belleza tan especial porque estaban enfermos y eran un peligro para el que pasase por debajo. Como antes hubo que hacer con las palmeras que llevaban allí décadas. Sé también que a toda prisa se van a plantar otros árboles ya creciditos para que el mal sea el menos posible. Un poco más allá me encontré con unos operarios que podaban las ramas de los naranjos cuajadas de azahar que esta primavera anticipada -hija, o por lo menos prima hermana, del cambio climático- ha regalado a Sevilla. Doy por sentado que no había ningún afán municipal por privarnos de la flor y del aroma que definen las semanas más sevillanas de la ciudad y que los naranjos necesitan justo ahora esa actuación. El día que explicaron botánica debí faltar a clase y mi ignorancia sobre el mundo vegetal es oceánica. Pero sí me consta, sólo hay que tener ojos en la cara y patearse un poco la ciudad, que en Sevilla tenemos una peligrosa tendencia, que no es privativa de este alcalde ni del anterior ni del anterior, a maltratar a nuestros árboles, a dejarlos morir por falta de cuidado y a ignorar que en el extremo sur de la Península Ibérica y en pleno valle del Guadalquivir se registran temperaturas muy altas durante muchos meses del año y que la sombra debería ser una prioridad estratégica en cualquier diseño urbano.

Pero no lo logramos. Ahí está el ejemplo recurrente de la avenida de la Constitución convertida en un desierto de losas sin una mala sombra bajo la que guarecerse mientras se sortean ciclistas, tranvías y veladores. O la pérdida de ejemplares de gran tamaño en algunas zonas del parque de María Luisa y los alcorques ahogados en cemento en muchas calles, por citar solo algunos casos de una larga lista de despropósitos.

La batalla para combatir los peores efectos del cambio climático no se da sólo en las grandes cumbres internacionales, que hasta ahora han servido para bien poco, o en la creación de ministerios con nombres más o menos rimbombantes, pero con escasas competencias. La actuación local es especialmente importante porque actúa sobre el entorno más cercano a las personas. Convertir una ciudad en un páramo sin árboles ni plantas es un desatino. Hacerlo en un sitio como Sevilla reflejaría altas dosis de sadismo. La plaza de San Lorenzo es estos días un símbolo de esa incuria vegetal que unos y otros han convertido en uno de esas penitencias con las que Sevilla se tiene que acostumbrar a caminar. Será que estamos en Cuaresma.

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