La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
Si algo se puede contar son los hechos, es más, mientras no se cuentan parece como si no acabaran de serlo, o no hubiesen sucedido del todo. Ocurre que, una vez hechos relato, ya son como se contaron. Si algo cuesta contar es el amor, y también la muerte, porque no admiten ser mirados de frente, o porque, como dijo Pahor, no soportan testigos, y quien cuenta se hace testigo (escribir es ser testigo), o porque contarlos es transformarlos en historia, pasado, y, cuando son, siempre son en presente. Hay algo impostado en esos poemas de amor que quieren cantarlo mientras se vive, algo que suena a falso. Hasta los más logrados quedan por debajo de lo que pretenden decir, como si a la poesía, que quizá encarna la quintaesencia de la literatura, se le escapara la esencia de cuanto quiso apresar.
Todos los años, superados los calurosos y festivos idus de agosto, la madre le contaba los hechos, esos que nadie recuerda aunque sean los primeros de su vida, sin los cuales nada vendría después. Le contaba cómo, al sentir que ya estaba en camino, y sabía de qué hablaba pues iba a ser su tercer parto, se vino en taxi desde su pueblo en la vega sevillana, bajo el sol pegajoso del mediodía, e ingresó en el hospital de las Cinco Llagas. Le contaba cómo, al llegar, sintió la necesidad de ir al baño y que allí se dio cuenta de que lo que asomaba era la cabeza de su hijo (o quizá la deseada hija, aún se ignoraba el sexo del bebé antes de su nacimiento). Le contaba que avisó como pudo y enseguida dio a luz, a las taurinas o lorquianas cinco, y poco, de la tarde, ante la envidia de otras parturientas que llevaban horas de dolor y espera, en las manos de un médico negro, algo entonces, y durante muchos años más, insólito. Le contaba que, al acurrucarlo, vio que había nacido tan amarillo como sus hermanos, por la disparidad entre los Rh de sus sangres, eso en lo que sólo reparan médicos y racistas. Todos los años le contaba la misma historia.
La madre no sabía entonces, ni lo supo nunca, que dos días antes había cumplido cincuenta años la poeta uruguaya Idea Vilariño, cuyo centenario se conmemora el 18 de agosto, como tampoco supo que pocas poetas han cantado tanto y tan bien al amor. Quizá de la única manera en la que puede ser contado: como pasado. Lo que se vive, se vive, no se cuenta. Se cuenta lo vivido, lo ido. Y que escribió uno de los mejores poemas de amor que se han escrito en la fatigada y vasta y hermosa lengua española: "Ya no". Ese poema que acaba con los versos "No me abrazarás nunca/ como esa noche/ nunca./ No volveré a tocarte./ No te veré morir", uniendo en sus pocos versos los hechos capitales de la vida, los que raramente admiten ser contados. El hijo se repite estos versos en silencio y piensa en la madre, que nunca más volverá a contarle la historia de su nacimiento, con alegría, porque ahora sabe con certeza e íntimo contento, ya sí, que haber estado entre sus brazos sólo merece celebración.
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