¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
No hay pollos en la calle San Esteban, el establecimiento no abre desde aquel incendio que sufrió a finales del verano, cuando una freidora en llamas provocó una intensa columna de humo. No hubo que lamentar daños personales ni materiales de importancia. Pero el caso es que desde entonces no hay pollos asados. Perdimos la pollería del edificio La Florida, ¿recuerdan? Muy próxima a la Puerta Carmona. Estaba en ese inmueble que se quedó a mitad de obra por culpa de la crisis económica de 2008, la que mandó a tantos arquitectos, empleados de banca y periodistas, entre otros muchos profesionales, a invertir las indemnizaciones de los despidos en negocios refugio, sobre todo en la apertura de bares y hasta en la licencia para ejercer de taxistas. En el barrio echan de menos los pollos asados, tan socorridos, sanos y económicos. El abogado Javier de Cossío Pérez de Mendoza, fino observador de cuanto ocurre en la Sevilla de la calle, que es la real y no la inventada por la clase política, recuerda la de almuerzos de estudiantes que ha solventado un pollo comprado a última hora que provocaba una pugna en el reparto de pechugas y muslos, o la de comidas solucionadas para un matrimonio de recién casados con la cuenta del banco tiesa como la mojama. Un matrimonio de los de antes, claro, porque ahora los novios sacan unos beneficios considerables a la celebración. Echen la cuenta: si los padres pagan todo y los contrayentes se quedan con las transferencias de los invitados, ¡es el negocio perfecto para los novios! Un negocio tan redondo que solo lo mejora el de la carrera oficial: aforo completo y con todo cobrado desde tres meses antes. Y sin derecho a devolución en caso de lluvia. La pandemia es otra cosa...
A lo que íbamos, que son los pollos que perdimos en la calle San Esteban, esquina con Mosqueta, donde en un muro se conserva una granada incrustada desde 1843, cuando Sevilla fue fiel a Isabel II frente al general Espartero. Ya no hay pollos cuando eran un símbolo solo comparable a la pancarta que anuncia el tiempo mejor de la ciudad, la de los capirotes. Enfilas la calle San Esteban a la búsqueda de la ventana donde recibe oraciones el Señor sedente, manso, sereno y con lágrimas, y tienes a la izquierda la farmacia de don Manuel Román, y a la derecha estaban los pollos que despedían el aroma característico a mediodía. Siguen estando, por fortuna, la ferretería Puerta Carmona (casa fundada en 1936) y El Rincón del Nazareno, donde el azulejo también aclara que se confeccionan togas para abogados. Pero todo indica que hemos perdido los pollos de San Esteban como también nos despedimos de los pollos del callejón de Azofaifo de la calle Sierpes, donde las crónicas cuentan que el personal acudía en los años setenta a deslumbrarse con el funcionamiento de la máquina giratoria, como cuando la gente acudía a ver las primeras escaleras mecánicas de Galerías Preciados en el 59. Esta Sevilla que nos está quedando, al menos en el centro, es más de brunch que de pollos asados. La granada, al menos, continúa en su sitio. Los pollos, ausentes.
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