Cuando el sol se esconde en Sevilla

La fatalidad marca en un segundo las calles ligadas a la vida cotidiana de cientos de sevillanos

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Los servicios de emergencia en el lugar de los hechos a primera hora del lunes.
Los servicios de emergencia en el lugar de los hechos a primera hora del lunes. / Juan Carlos Vázquez

18 de noviembre 2025 - 04:15

El cine a veces nos lo encontramos en la puerta de casa, en el barrio donde nos criamos, en la calle por la que hemos cruzado miles de veces, junto a la gasolinera en la que repostamos, en la esquina por donde vimos pasar a Juan Pablo II en 1982 (Totus Tuus) camino de los campos de la Feria para beatificar a Sor Ángela, en la avenida por la que cruzó animosa por primera vez una cofradía procedente del Cerro del Águila en 1989, en el cruce que recorren cientos de estudiantes de Económicas y Empresariales camino del edificio de las rejas naranjas, la facultad que tenía enfrente el desaparecido bar Asturias, con aquel saloncito setentero donde tantas tesis doctorales se celebraron, unas con el broche cum laude y otras quizás simplemente con... cachopo. En ese palmo de terreno te encuentras con los efectos del destino macabro, con una suerte de comienzo de serie de Netflix donde no falta la lluvia para complicar la escena, empañar la primera interpretación de los hechos, disparar los nervios y dificultar esa hora alborotada en la que los adultos acuden a los puestos de trabajo y los jóvenes a las aulas. Todo en una píldora engullida sin agua, acaso con hiel.

“Una conductora atropella a un hombre y circula varios kilómetros con el cadáver en los bajos del coche en Sevilla”, reza el titular al que solo falta la banda sonora de Miklós Rózsa en la secuencia en que Messala, atrapado y enredado en su propio látigo por acción de Ben-Hur, es arrastrado trágicamente por la arena de la pista oval del circo romano. Terrible, fatal, conmovedor. El incauto peatón fue arrastrado desde la calle Lumbreras hasta el cruce de las avenidas San Francisco Javier y Ramón Cajal. Una fatalidad que supera la dureza de muchas secuencias de película. Y cómo no recordar al brigada del Ejército de Tierra que en otoño de 2000 viajó en su turismo desde Sevilla hasta Chipiona con un artefacto colocado por ETA en los bajos del vehículo. Hizo 120 kilómetros de macabro cortejo con la muerte. Por fortuna, el dispositivo falló. El destino convierte la ciudad, ese triunfo de la convivencia, en una selva donde la muerte parece normalizada, donde de pronto nos asaltan las preguntas sobre la fatalidad de un destino que puede cambiar en un segundo, que convierte una calle ligada a la vida cotidiana y serena de miles de personas en el lugar de una muerte estremecedora. No siempre es saludable ser una ciudad de cine. La realidad nos tiene preparadas amanecidas con escenas patéticas, sin héroes, ni cuadrigas, ni público en ebullición. Con el navajazo emocional de la fatalidad, el jarreo de la lluvia y la oscuridad grisácea de un sol que se negaba a salir. Mejor escondido.

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