Coincidiendo con el cumpleaños de Íker Casillas y, posiblemente, para hacerle la rosca a fin de que no cometa la osadía de aspirar al sillón de Rubiales, la Federación Española creó el Día del Portero. Una forma de ponerse al lado de la figura más especial dentro de un equipo de fútbol. El portero es el jugador que en más breve espacio de tiempo puede ir de héroe a villano, infinitamente más veces que de villano a héroe, muchas más.

El portero es, además, el peor tratado por los vaivenes de la reglamentación y también por los fabricantes de balones, que no dejan de idear cambios en busca de un mejor golpeo y una peor recepción. El portero es también el elegido por su poca destreza con los pies y, en muchas ocasiones, era el gordito el confinado a esa posición. Claro que tiene la contraprestación de que no pasa desapercibido y en ese apartado fue muy curiosa una explicación que me dio Dan Georgiadis.

Estábamos una noche de verano en una amigable tertulia que también contaba con la presencia de los queridos y ya desaparecidos Manolo Lorente y Juan Teba, contando algo don Dan que nos sorprendió. "Amigos, yo era un goleador, pero me di cuenta que era el portero el que más ligaba de todo el equipo y me enfundé los guantes para siempre". No sé si aquel inefable griego rentabilizó amorosamente el cambio de demarcación, pero lo cierto es que ahí discurrió su carrera.

El primer portero que me encandiló fue el espectacularísmo Marcel Domingo, con sus llamativos jerseys verdes en el Atleti de Helenio Herrera. Igualmente, el formidable Ramallets, la sobriedad de José María Busto, la aparición de un sobrenatural Iríbar o el milagroso Esnaola. Apareció Arconada y ya nada fue igual hasta que surgió Casillas con aquel mano a mano ganado a Robben tan decisivo. Y por él dedicó la Federación el reconocimiento al portero. ¿Para que no moleste?