¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El reino de las sombras

No hay otro camino que la bioclimatización. Hay que convertir a Sevilla en el gran oasis del Bajo Guadalquivir

Desde que Jaime López de Asiain convenció a Manuel Olivencia de que la única manera de evitar que la Expo fuese una sartén de diseño era apostar por la bioclimatización (vegetación, agua, aprovechamiento de las mareas del Guadalquivir…) han pasado más de tres décadas. Sin embargo, poco se ha aprendido de aquella experiencia. Todavía hoy leemos en algunos titulares que se van a invertir cantidades ingentes de dinero público (ese que no es de nadie) en proyectos experimentales para llegar a las mismas conclusiones que los jardineros del Generalife: el único camino para combatir el calor sin coste energético pasa por las enseñanzas del oasis. De aquellos experimentos de López de Asiain quedaron algunos restos diseminados por la ciudad; el más importante, la gran pérgola del Cristina, un túnel del tiempo que devuelve al paseante a temperaturas preindustriales. La pérgola del Cristina, sencilla cúspide de las técnicas bioclimáticas, es todo lo contario a los toldos móviles que se suelen colocar en la calle Tetuán, que si bien sirven para evitar que nuestras nucas carguen con ese sol del Sinaí propio de los meses de la chicharra, no aportan apenas frescor. Impotencia climática, se llama eso.

Lo diremos ya: de poco servían los toldos que Urbanismo había proyectado para el Paseo de Colón, los mismos que la extravagante Comisión de Patrimonio ha echado para atrás por el supuesto impacto visual (análisis que, en la ciudad de la Torre Pelli, ha provocado el pitorreo general). Para que este tipo de elementos hagan efecto deben estar colocados a una suficiente altura que impida la formación de pelotas de calor, como las velas de la calle Sierpes y aledaños, cuya instalación, un verano más, va retrasada cuando los sevillanos ya entonamos nuestro tradicional rosario de improperios por el calor.

No hay otro camino que la bioclimatización. Hay que sacar el alma de nardo de árabe español para convertir la ciudad en el gran oasis de la Baja Andalucía: acabar con los jardines japoneses y los toldos de plástico; aprender de la sombra de la tipuana; volver a cubrir nuestras cabezas con jipijapas; generar itinerarios de sombra por los que una ardilla pueda cruzar la ciudad sin que le dé un solo rayo de sol; romanizar nuestras calles y plazas con fuentes triunfales; elegir bien los pavimentos; exigir que las grandes avenidas tengan soportales; apergolar el viario, favorecer la construcción de espacios colchón ajardinados entre los edificios y las rúas; plantar, plantar y plantar árboles que aguanten y sirvan (estimado delegado Muñoz, es absurdo cultivar los alcorques vacíos con árboles de Júpiter, hermosos en la jardinería e inútiles para dar umbría a nuestras aceras)... Si todo esto hacemos, el reino de las sombras será nuestro.

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