La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Pedro, sé fuerte
DE POCO UN TODO
Anuestra selección la llaman La Roja. La expresión tiene quizá tintes políticos, como se maliciaba el lunes el profesor Sánchez Saus. También hay quien ha percibido resonancias nostálgico-soviéticas en esa delectación con la que los locutores de Cuatro hablan de la plaza roja para referirse a la de Colón de Madrid de toda la vida, lugar de encuentro de los aficionados. Ahora nos enfrentamos a Rusia, donde están más interesados, con sentido común, en reconvertir su Plaza Roja (la de pata negra) en una plaza blanca.
No me quejo de ese guiño retórico al rojerío si consigue que todos los españoles nos sintamos unidos. Como José Calvo Sotelo ("Antes una España roja que una España rota"), yo prefiero una afición y un color, aunque sea el rojo, antes que el desafecto de las dos Españas o, para ser exactos, del de la Antiespaña. Si luego lo de La Roja nos parece sesgado, llamemos a la selección también La Gualda: a fin de cuentas, la segunda equipación es amarilla. De hecho, para la semifinal me pondré una camiseta amarilla. Si lo hiciéramos muchos, en la celebración de los goles, cuando nos abrazásemos, haríamos una ola rojigualda preciosa y necesaria. No caerá esa breva porque, mientras que media España está encantada con eso de La Roja, el PP está centrado en ser lo más incoloro, inodoro e insípido posible.
Habrá quien piense que los españoles deberíamos dedicar nuestro fervor a la poesía de San Juan de la Cruz y a la Escuela de Salamanca. Ojalá. Pero los pueblos somos así, y tampoco vamos a hacerle ascos a esta pasión compartida, que es la que tenemos. Además, el fútbol es el catalizador de un sentimiento hondo, fundado en la historia y en la cultura, muy reprimido de unos decenios a esta parte, y que sale a la luz por donde le dejan.
La pena del fútbol es que, antes o después, toca perder. Mañana será o Rusia o nosotros. El deporte no logra la unanimidad de los ritos, por desgracia. En una corrida de toros, cuando cuaja, es la plaza entera la que se convierte en un solo olé redondo. Al oé del fútbol le falta siempre algo, como experimentan en carne propia los perdedores. "El toro nunca triunfa", terciará alguno. El toro, aunque sacrificado, triunfa a su modo, y por eso mismo es el tótem de nuestra nación, nada menos. Lo estamos viendo en las gradas de Austria.
Con sus limitaciones, aunque no vaya a ser el bálsamo de Fierabrás de los males de aquí y aunque la llamen La Roja, estamos con la selección. A mí más aún que las carreras de los jugadores, me emociona la tensa expectación de todos los españoles, la ilusión y el riesgo compartido. ¡La Roja, ay, oé!
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