A Roma hemos de ir

La aldaba

Hay un cuerpo de analistas que solo se interesan por la Iglesia en días de cónclave como por el waterpolo en los Juegos Olímpicos

Aquí no se marcha nadie

El ausente en el funeral del Vaticano

La Basílica de San Pedro.
La Basílica de San Pedro. / M. G.

02 de mayo 2025 - 04:00

El antropólogo y jurista Javier Aroca, que ahora ha sacado un libro que leeremos en cuanto ventee la fumata blanca (Democracia en alerta, la política en el sofá) siempre se refiere al "duro oficio del tertuliano". Y lo hace con autoridad innegable porque es un habitual de estudios de radio (El Hoy por Hoy de la SER) y los platós de televisión. Recordaba su reflexión a pocos días del cónclave porque es de valorar la osadía de muchos comentaristas que manejan los nombres e ideologías de cardenales como si fuera la alineación del Atlético de Madrid o la lista de tapas del bar del barrio. El Grupo Joly publicó recientemente un atinado editorial titulado Mucho más que progresistas y conservadores donde se denunciaba la falta de comprensión del fenómeno católico por efecto de visiones reduccionistas y simplonas. Asistimos estos días a afirmaciones de desahogados que confunden las funciones del camarlengo con las del decano del colegio cardenalicio, emiten conclusiones con apariencia de precisión sobre las votaciones de cónclaves como si fueran las elecciones de un congreso del PSOE o del PP, y hasta elogian la revolución emprendida por el papa Francisco. Que sepamos no cambió la normativa ni sobre el matrimonio (solo es válido el celebrado entre el hombre y la mujer), ni sobre el aborto (que siempre calificó de asesinato), ni sobre las ordenaciones sacerdotales (reservadas para el varón), por poner tres ejemplos. Pero da igual, se trata de seguir una senda.

Francisco es reducido a "progresista" y punto. Se le elogia porque sacaba de quicio a los sectores más conservadores. Con eso basta. La revolución de Francisco fue otra muy distinta. La comprensión con todos, la petición de perdón y el saber perdonar, el amor, el no juzgar a nadie, la apertura de debates como inicio de reformas que se saben lentas, los gestos de austeridad y sencillez, abordar temas a los que nunca antes se había referido un Papa (cambio climático, medio ambiente), la denuncia tronante de las injusticias (el drama de los migrantes), la apuesta por las periferias en todos los sentidos... Pero los de siempre aplican a la Iglesia los esquemas de la Carrera de San Jerónimo. No pasan de Ángeles y Demonios o de la disparatada película Cónclave (solo loable por los lugares de rodaje y porque enseña la desconocida figura del cardenal in pectore). Con suerte algunos vieron la mejor: Las sandalias del pescador. Saldrá pronto el Papa nuevo por el balcón principal. Preguntarán si es rojo o azul. Y hasta el próximo cónclave no les interesará la Iglesia salvo algún escándalo. Son como el público del waterpolo: lo ven cada cuatro años en los Juegos Olímpicos y si llega España a semifinales. A Roma hemos de ir y proclamar alto y claro que no tenemos ni pajolera idea de quién será el Papa. El duro oficio del cronista del cónclave.

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