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José Joaquín León /

Un gran señor de Sevilla, por José Joaquín León

UN gran señor de Sevilla es lo contrario de un señorito. Gabriel Rojas Fernández rompía todos los tópicos. Fue rociero, macareno, sevillista y aficionado a los toros. Bueno, no sólo aficionado, sino ganadero de reses bravas. También era muy de Los Remedios, en cuya construcción participó activamente. Pero, por encima de todo, era un sevillano serio, un ejemplo de formalidad. Con casi 90 años, Gabriel Rojas iba todos los días a trabajar a su despacho de Los Remedios. Y era, sin ninguna duda, uno de los principales empresarios de Sevilla. Supo combinar, de forma muy eficaz, el riesgo empresarial con la prudencia ante las dificultades. Eso le permitió que la burbuja inmobiliaria no le diera un barquinazo a sus inversiones en la construcción y que su cadena hotelera, los hoteles Monte, crecieran lo justo para alcanzar prestigio y estar hoy entre los mejores de Andalucía.

La seriedad y la formalidad de Gabriel Rojas Fernández caracterizaron siempre su vida. Por eso, no ha sido un empresario mediático de escándalos y juzgados. Por eso, asumió responsabilidades sociales en Sevilla de un modo discreto y comprometido, muy consecuente. Llegó al Sevilla como directivo para ayudar a terminar la construcción del estadio Sánchez Pizjuán, de la mano de Eugenio Montes Cabeza, otro gran señor. Después fue presidente, pero cuando los resultados no acompañaron y los cuatro enterados de siempre se volvieron al palco para gritarle, dijo con mucha dignidad: "Ya estoy yo en mi casa". Porque había ido para poner, no para llevarse nada, como en todo. Después de los sofocones, le devolvieron los 300 millones de pesetas que le debían.

Ese señorío, que es lo contrario del señoritismo, hizo que Gabriel Rojas nunca buscara los focos, la fama ni las vanidades. Al revés. Sólo buscaba la paz con su conciencia, con su sentido del deber. Era un verdadero cristiano; no de los que alardean con golpes en el pecho, sino de los que lo practican. Era un hombre volcado con su familia. No tuvo hijos y eso quizá le hizo aún más entregado con los suyos. Es conocido que trató a Alberto Jiménez-Becerril como a un hijo, que vivió mucho tiempo en su casa, y que cuando fue asesinado por ETA en unión de su esposa Ascen, fue un golpe muy duro para Gabriel Rojas, que se ocupó de ayudar a los hijos de Alberto en todo lo que pudo.

Esa fue la primera cornada que le dio la vida. La segunda fue la muerte de su esposa en 2011. Aun así, intentó seguir al pie del cañón de sus negocios, hasta el final. Cuando llamaban a su empresa, para hablar con Gabriel Rojas, te preguntaban: "¿El tío o el sobrino?". Ya no lo preguntarán, pero esa es también la garantía de que la obra de un gran señor de Sevilla sigue ahí, no se ha perdido.

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