Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Sabemos que el año tiene dos paradas biológicas para que uno intente reciclar sus células. Después del 1 de enero (en caso de sobrevivir a los enervantes aplausos con la Marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo), septiembre es el gran mes del reciclamiento. Vuelven los (teóricos) buenos propósitos. Pero al tercer día de septiembre, como hoy mismo, el primer propósito se diluye y muere. Cada año un poco antes incluso. Intentamos vivir con más tino y pronto llega el desatino. Debo ser el columnista número 999 que habla estos días del asunto. Es la rutina que trae hablar de la rutina en septiembre.
Todo propósito halla su culmen en el despropósito. Lo podría haber dicho el mismo Schopenhauer, célebre cascarrabias y tutor del pesimismo. Pero la verdad es que acabo de inventármelo sin ayuda de Byung-Chul Han. Si tras el tercer o cuarto día de septiembre uno siente que lo que se ha propuesto se desvanece, a finales de mes el fracaso se mostrará en toda su plenitud. Yo no me apesadumbraría demasiado. Sentirse falible y reincidente en la falla de uno mismo nos hace más dignos. Fracasar es la puerta abierta a la humildad. Y no, esto otro no lo he leído en ningún libro de autoayuda charcutera.
En versión sevillana, el fracaso de septiembre nos hace mejores personas. Uno se propone ahora no mentar al alcalde por los tolditos de la Avenida. O intenta sortear los insaciables veladores de la hostelería con buen ánimo. O pone cara flexible y conciliadora con el vasto calendario de procesiones extraordinarias que se aviene. O saluda y hasta ayuda en su transitar a la cuerda de turistas que siguen al guía de turno y al que antes queríamos estrangular con nuestras propias manos. O adquiere templanza aunque la ciudad siga sucísima y llena de ratas (las excusas del alcalde se nos hacen tiernas y comprensibles). O piensa melancólicamente en Bergson y en los fragmentos de las horas lentas que mudan a eternas en el plazo de ejecución de las obras (entorno de Dueñas, Cuesta del Rosario, Pagés del Corro).
Nada de esto habrá ocurrido a finales de septiembre. Adiós a los buenos propósitos. Volverá el mal humor o incluso la furia. Aún así, fracasar en el amor por la ciudad y sus cosas insoportables nos humaniza entre semejantes (incluido el alcalde de turno). Y no, tampoco lo dijo Romero Murube en su endecha por los cielos que perdimos.
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