La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Sevilla se parece a Roma en que ambas esconden detrás de sus tapias jardines oscuros. Se parecen en el albero, los malajes y las cuaresmas. Sevilla se parece a San Juan Viejo en algunas de sus plazas y en cada hombre mayor que me cruzo bajo la tormenta. “Al ir por las calles, he creído ver en las personas con quienes me encontraba conocidos de Sevilla”, escribía Juan Ramón Jiménez tras sus primeros pasos por allá, cuando llegó a Puerto Rico. Sevilla se parece a Marrakech en las palmeras, la planicie, los colores, la Kutubiya. Plaza Nueva se parece a otras plazas de la boliviana Santa Cruz de la Sierra. Los sevillanos somos los parisinos de España. Algunas fachadas de Reyes Católicos yo las he visto en Argel. Hay un callejón de Chicago en la parte de atrás de Esperanza de Triana. La avenida de la Constitución en Estambul se llama Istiklal Caddesi. El Cerezo se parece a Caracas en que venden queso de cachapa. La Alfalfa algunas tardes está en Lisboa, o el Arenal en México. Sevilla se parece a la siberiana Krasnoyarsk en el puente de San Telmo. Sevilla se parece a Kansas City en que en ambas habitan auténticos pieles rojas.
Sevilla se parece a Nueva Orleans en las bandas que tocan por las calles, dice el poeta Benito del Pliego, que ha vivido en ambos sitios. La calle Feria podría estar en Nápoles, dijo Chaves Nogales, y hay callejones de El Cerro que parecen extraídos de alguna ciudad más al sur. El Bronx o Scampia no tiene nada que envidiarle a las Tres Mil. Los bloques de pisos en los barrios de aluvión, con plazas duras y apenas parques son los mismos que hay en el infierno. El barrio de Santa Cruz se parece al berlanguiano Villar del Río (¿o era viceversa?). En todas las ciudades del mundo está el Zara de El Duque. El tramo peatonal de San Jacinto, con sus franquicias y merenderos, parece la 4T de Barajas. Se me antoja Sevilla cualquier parque temático allí donde las franquicias simulan ser viejas bodegas con solera. Sevilla se parece a cada ciudad invisible que describe Marco Polo.
Sevilla se parece cada vez menos a Sevilla, a esa ciudad única que nos recuerda a tantos sitios. Dicho sea de un primer vistazo, a simple vista, observando la londonización, gentrificación y franquiciado de sus esquinas. Sorteada esa dura capa, un poquito más abajo, o más afuera, vedada a los ojos del turismo miope, y a pesar del sino de los tiempos y la usura, aún queda Sevilla, distinta y evocadora. Ahí nos vemos.
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