Sevilla ha tenido épocas peores... y mejores

14 de octubre 2025 - 03:06

Aunque Sevilla tiene motivos para sentirse abandonada y frustrada –escuchen las quejas lastimeras diarias del alcalde sobre lo mal que lo trata el Gobierno central– ha habido épocas peores. Y no tan lejanas. Ahora que se conmemoran los cincuenta años del final de la dictadura es pertinente echar un vistazo a cómo salió la ciudad de aquel periodo negro. Hubo varios grandes proyectos en el tardofranquismo que nunca vieron la luz: el canal Sevilla-Bonanza, que hubiera cambiado para siempre el puerto y que ni el apoyo de Carrero Blanco logró desbloquear, el polo de desarrollo que nunca se desarrolló, o la siderúrgica que se llevó Sagunto. A ello se unía el dogal ferroviario que impedía el desarrollo urbanístico o la especulación salvaje que se desató en su casco histórico tras la riada de 1961 y tendrán, en los finales de los setenta y primeros ochenta, un retrato de Sevilla que se podía mirar en el espejo de Nápoles o en el de algunas ciudades del norte de África.

No fue hasta la operación de Estado, dirigida por Felipe González, que supuso la preparación y celebración de la Expo 92 cuando Sevilla entró en una nueva época que nos lleva hasta hoy. Y ahí está el problema: la ciudad que tenemos es básicamente la que dejó el 92 y no hay que ser un observador muy fino para concluir que se ha roto por las costuras. Hoy vuelve a ser una ciudad que se ha quedado atrás en muchos capítulos y a la que el hecho de ser la capital de una comunidad autónoma no le ha servido para relanzarse, como le ha podido ocurrir a Valencia o a Zaragoza.

Sevilla vuelve a estar en una situación que le pone muy difícil competir entre las principales de España porque a pesar de haber evolucionado no ha logrado resolver los dos grandes lastres que la frenan. Por una parte, tiene una bolsa de miseria endémica, con los barrios más pobres del país, con la que se ha acostumbrado a vivir y a la que trata como una fatalidad sin remedio. Por otro, hay una enorme apatía inversora en infraestructuras que serían imprescindibles para lanzar su desarrollo. Si quieren ejemplos, echen un vistazo al retraso eterno de la SE-40, la broma pesada de las obras del puente del Centenario, la falta de conexión entre el aeropuerto y la ciudad o la endeblez y lentitud con la que se desarrolla una red de metro que todavía no lo es.

Si Sevilla fuera capaz de levantar estos dos frenos, la ciudad reúne en estos momentos talento e iniciativa para iniciar una etapa positiva. Pero no parece que vayan por ahí los tiros. Entre otras razones porque a la lista de problemas estructurales que actúan como barrera habría que sumar otro que no se resuelve con presupuestos e inversión: la desidia de sus gobernantes que se ve secundada por buena parte de su sociedad. Si Sevilla no sale de su letargo no debe buscar toda la responsabilidad fuera, como le gusta hacer al alcalde. Convendría que mirase también hacia dentro. Quizás ese sea el comienzo de la solución.

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