RESULTA que de una situación penosa, no llega a trágica pero sí a seriamente penosa, como es la epidemia de gripe que entró por la ventana del vestuario del Betis nos queda una imagen histriónica. La imagen que resume el momento duro que vive el Betis la representa ese empleado, eficaz mayormente para borrar las pintadas que aparecen contra Lopera, provisto de brocha y mascarilla. Y es que todo lo que roza este Betis que padecen los béticos tiene la extraña virtud de convertir en chusco lo serio, lo arduo en ridículo, lo grave en insignificante o lo delicado en irresponsable, el mundo siempre al revés en este pobre Betis.

Y resulta que la situación es complicada, y no por el daño que significa perder comba y dejar una jornada en blanco a la espera de tiempos mejores, no. El problema no está sólo en aplazar la cita de hoy con el filial del Villarreal, el filial del Villarreal, sino las consecuencias que puede acarrear un virus que se extiende en un grupo de deportistas de élite. Dicen los expertos que recuperar el tono físico es algo que tarda en conseguirse varias veces más de tiempo que el que duró en perderse. En un deporte tan competitivo como el fútbol, en que el más lerdo hace un reloj con muchas posibilidades de que funcione, perder el tono físico es un contratiempo enorme.

Un parón en el ritmo de entrenamiento suele tener consecuencias nocivas, pero si estuvo originado en un problema virásico esas consecuencias pueden ser gravísimas. Una gripe cualquiera te deja hecho unos zorros sólo para ir a la oficina, conque imaginemos cómo percute en un futbolista que tiene que competir con uno sano y en perfecto estado en su tono físico. Por todo esto, las consecuencias del mal que aqueja a más de medio Betis son imprevisibles, de consecuencias incalculables para el devenir de la empresa que ha de acometer el Betis, volver a su sitio. Y este panorama no puede resumirse gráficamente con un empleado riendo bajo una mascarilla.