Tarde de cuchillos largos porque esto no es lo que era, nada que ver con lo que era. Así se arrancaba en este rinconcito del periódico en la víspera de un partido de órdago para un Betis que no cumple las expectativas y que afrontaba un compromiso contra un rival que acarrea malos rollos. Pero la tarde no sólo no fue como se esperaba, sino que discurrió como una fiesta grande con apoteosis extraordinaria cuando no daba tiempo para más.

Fue un buen Betis durante todo el partido, quizá el Betis más entonado del curso y que, para no perder la costumbre, veía cómo tenía que remar contracorriente por culpa de una diana de Maxi Gómez a la media hora. Afortunadamente, los futbolistas mostraban su compromiso con un jefe que tenía la soga muy cerca del cuello. El gol valencianista no llevó al Betis a una de esas depresiones que tan familiares le son, sino que apretó los dientes y siguió percutiendo a babor.

Y en la enésima combinación por esa banda, Joaquín, el incombustible Joaquín, se la ponía imposible a Cillessen y había que empezar de nuevo. Influiría positivamente la actitud de una grada que volvía a ser como la que siempre fue, con lo que los cuchillos amenazantes a lo largo de la tarde no salieron de sus fundas. Y Heliópolis se entregó en cuerpo y alma correspondiendo a su tropa como debía, tropa que mordía en cada lance y que se hacía acreedora de ese ánimo.

El segundo acto fue un soliloquio con matices, pues un zurdazo del coreano Lee emuló al que poco antes lanzó Fekir para que temblasen los respectivos travesaños. El tramo final tuvo una carga épica formidable, ya que el Betis vio cómo se le iban cayendo piezas defensivas para tener que redoblar esfuerzos. Y con el árbitro mirando el crono, Canales hizo el golazo del año para que, definitivamente, respirase Rubi y explotase Heliópolis como cuando las cosas eran como eran.