¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
LA izquierda ha salido en tromba para descalificar al Tribunal Supremo tras la condena al fiscal general del Estado por revelación de secretos. Entre estas reacciones hay de todo, desde un puñado de análisis basados en el conocimiento de la materia jurídica, hasta multitud de expresiones de hooliganismo periodístico y político tan propias de la España actual. Se ha sido muy crítico, y con razón, con el hecho de que el alto tribunal diese a conocer el fallo antes de que la sentencia estuviese redactada. Urge una explicación al respecto. Pero, en general, la mayoría de los argumentos críticos han seguido las líneas marcadas en la sorprendente, sonrojante y antidemocrática entrevista a Sánchez publicada en El País hace dos domingos y en la que el presidente del Gobierno se adornó con la toga y absolvió, saltándose la separación de poderes, a su fiscal general, algo impropio de un presidente constitucional.
En las últimas horas se ha intentado desacreditar temerariamente al alto tribunal y, en general, a la Justicia. Los argumentos más toscos, incluso, apuntan a un “golpe de las togas”, al “asesinato civil” y a una supervivencia del franquismo en el poder judicial. Es sorprendente lo que da Franco de sí en el argumentario de algunos sectores de la izquierda. A sus ojos, el dictador aparece como un inextinguible taumaturgo capaz de atar bien las sentencias del Supremo cincuenta años después de su muerte. Para quitarse el sombrero. Chapeau, mi general.
El Gobierno de Sánchez ha actuado con especial melifluidad. Oficialmente ha tirado del habitual “acato, pero no comparto”, aunque, por lo bajini, se ha encargado de hacer una verdadera campaña de desprestigio del tribunal y sus magistrados no afines. La televisión pública (o más bien gubernamental) se encargó de ir marcando la doctrina oficial y los medios privados progresistas emplearon toda su pólvora en atacar al poder judicial. Eso sí, al mismo tiempo se autoerigían en salvadores del periodismo. El cinismo al que se ha llegado en esta península de las casas de citas es verdaderamente sorprendente.
No extraña que aquellos que han convertido la crítica a Donald Trump en una obsesión sean sus mejores discípulos en el arte de acosar y desprestigiar al Tribunal Supremo. Es decir, que sean los principales trumpistas en España, pero sin la gracia macarra y faltona del rubio de Queens.
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