PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Tenían la vida resuelta

NACIERON cuando sus padres pagaban con letras su primer piso y su primer coche. Hijos de trabajadores de la emigración interior, de pueblos o de barrios, que se esforzaron muchísimo para incorporarse al estatus de la nueva clase media y darles a sus hijos todo lo que ellos ni olieron en su mocedad. La mayoría de edad la vivieron entrando en carreras universitarias y, tras licenciarse, no tardaron mucho en incorporarse a empleos de largo recorrido. La prosperidad era una fruta madura que caía por su peso, el bienestar llegaba encarrilado. El matrimonio y los bebés fueron otros episodios rápidos de una biografía previsible y homologada. Se acercaban exultantes a la edad de los treinta años. Jóvenes y a la vez acomodados al sofá. Cuando en su hogar recibían visitas, a poco que la conversación se alargara, se hacía notar la frase que mejor definía su mentalidad: "Ya tenían la vida resuelta". Trabajo seguro, rápido tren de consumo, viajes en las vacaciones y en algunos puentes,...

Les faltaban nada menos que 35 años para jubilarse pero pensaban que todo iba a ser confort y que no iban a sufrir guerras y crisis como sus abuelos y padres. Ya tenían la vida resuelta. Hasta que han dejado de tenerla, 15 años después. Y no estaban preparados para manejarse en la zozobra ni para descubrir la precariedad del mercado laboral que era moneda corriente desde siempre para otros paisanos.

La economía familiar de dos sueldos y buenas pagas, de casa y chalé, de dos coches, pasó a sostenerse en una sola nómina. El aviso de que ese puntal pronto desaparecerá provoca un estado de ansiedad. Se avecina el adiós al empleo que parecía vitalicio y tendrán que lidiar con la búsqueda de ingresos fluctuantes echando horas por un tubo. Las llamadas a los contactos de sus relaciones sociales para reengancharse a los puestos de toda la vida se resumen en falsas esperanzas, largas que les dan o sentirse cojos que llaman a un lisiado. Su reputación no les abre puertas. Es la gigantesca distancia que separa a los colocados de los desempleados. Los que tienen capacidad de contratar tienen la misma edad y también juegan al pádel, pero sólo buscan veinteañeros. Ellos son cuarentones, en la edad de la madurez, y se preguntan qué han hecho mal durante tantos años en los que trabajaron con el piloto automático activado.

En su círculo de amistades de profesionales liberales y funcionarios, las conversaciones son ahora una letanía de inéditas preocupaciones. Aún no les ha dado tiempo a sentir miedo por el futuro laboral de sus hijos, que están en puertas de entrar en carreras universitarias, y ha caído a plomo sobre ellos el miedo a no poder cubrir las necesidades de su prole. Tenían la vida resuelta, y ahora se les hace un mundo pensar quién tendrá a bien pagarles a final de cada mes durante los próximos 20 años, hasta la edad de jubilación.

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