¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
Tiene un gran simbolismo la elección del primer viaje del papa León XIV. Estambul es la antigua Constantinopla. Turquía, el país que alarga las guerras mundiales, que son dos mares, dos continentes, que fue dos imperios romanos. El descubrimiento de América (1492), que se considera el comienzo de una nuera era, empieza medio siglo antes con la caída de Constantinopla (1453), un episodio que describió en una obra clásica el historiador británico Steven Runciman.
La ciudad turca de Iznik era la antigua Nicea, que acogió dos Concilios de la Iglesia católica. El primero el año 325, el segundo el año 787, siete décadas después de la entrada de los árabes en la península ibérica, caída de Constantinopla que en su caso tendrá lugar en Granada el mismo año del descubrimiento de América. Lo de Nicea es uno de los sucesos más asombrosos de la historia de la Humanidad. Este año se cumplen 17 siglos del Concilio en el que se proclamó el llamado Credo niceno-constantinopolitano que mil setecientos años después sigue rezándose sin modificar una sola coma en todas las misas del orbe católico.
El mundo ha experimentado cambios tecnológicos, culturales, de usos y costumbres, ya no son los mismos los volcanes ni los océanos, se han extinguido miles de especies, se han cruzado las razas, se inventó la pólvora, la imprenta, el reloj, el ferrocarril, hemos pisado la Luna, aunque sólo sea una vez, hemos convivido con prodigios como Leonardo, Mozart o Camarón. Un mundo cambiante que ha resistido tsunamis y agoreros, diluvios y aguafiestas. Y el Credo se sigue rezando exactamente igual: “Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso / creador del cielo y de la tierra / de todo lo visible y lo invisible”. La oración nuclear de la celebración eucarística para proclamar la fe en quien fue “engendrado, no creado / de la misma naturaleza del Padre / por quien todo fue hecho”, el Hijo del Padre que “por nuestra causa fue crucificado / en tiempos de Poncio Pilatos”.
El único nombre propio del Credo, Pilatos. El prefecto de la provincia romana de Judea en tiempos del emperador Tiberio, que gobernó ese territorio entre los años 26 y 36 de la era cristiana hasta que fue destituido tras reprimir una revuelta de los samaritanos. Como en el caso de Jesucristo, su evidencia histórica aparece en los estudios de Flavio Josefo. Dice la leyenda que Poncio Pilatos se quitó la vida a orillas del río Eresma, en lo que hoy es un paraje segoviano llamado Palazuelos de Eresma donde se produce desde 1959 el whisky Dyc.
El Padrenuestro es todavía más antiguo que el Credo. La oración que nos enseñó Jesucristo en la única misa que celebró antes de que se uniera con Pilatos en el elenco de personajes del Credo del Concilio de Nicea. La Iglesia católica no es romana por casualidad. Antes de comulgar, la feligresía repite las palabras del centurión que en Cafarnaún le pide a Jesús que cure a uno de sus criados: “No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Ha habido cismas, herejías, papas venales y corruptos, se han quemado iglesias, pero el Credo sigue incólume. El milagro de Nicea que ha revivido el sucesor de Pedro.
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