NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Se han superpuesto las noticias del Consejo General del Poder Judicial con mis trabajos y mis días de comienzo de curso, donde los departamentos y las familias profesionales tenemos que llegar a acuerdos de organización bastante complejos. El CGPJ se ha planteado la conveniencia de dejar intervenir en la apertura del año judicial al imputado fiscal general García Ortiz. Los vocales “conservadores” se han plantado en que no, a una, los “progresistas” en que sí, a otra, y nadie ha convencido a nadie, y ha sido que sí.
Llaman la atención bloques tan graníticos. Y todavía más porque, mientras tanto, entre mis compañeros de trabajo he detectado una maravillosa resistencia a contar posicionamientos y ya. Votar es –o debería ser– lo penúltimo.
Esto no implica ningún desprecio democrático, sino una correcta jerarquización de los procedimientos. Lo digno es argumentar, uno tras otro, escuchándose con atención, de modo que sea posible convencer o ser convencido, y que la razón, no el número, termine por imponerse. Todavía resulta más bonito, intelectualmente, cuando ningún argumento resulta definitivo y hay que sacar la balanza y sopesar inconvenientes (que siempre hay, ¡ay!) y ventajas (que también, ¡bien!, abundan). El ejercicio de reconocer los argumentos, los intereses o las preferencias del otro, sin confundirlos, y compaginarlos con nuestros argumentos, intereses y preferencias es la civilización.
A veces, no se puede, claro, y hay que votar. Por eso es lo penúltimo, antes que recurrir a la violencia o a la imposición; y no deja de dejar un regusto amargo. Que nadie se me escandalice. Recuerden la archicitada frase: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Lo que nos pide el cuerpo a los perfeccionistas es intentar algo un poco mejor, evitando la fuerza (numérica, pero fuerza) del conteo y ya.
Alegra detectar en el ámbito familiar, en el privado, entre amigos o en el trabajo una resistencia tenaz a aplicar de forma ciega el recuento de los compartimentos estancos de las opiniones inamovibles. Que alguna vez habrá que votar, claro; pero no le quitemos a priori su prioridad a la razón y a la inteligencia ni al acuerdo y sus delicadezas. Si nuestros líderes políticos o judiciales se obcecan, no les imitemos en eso, que es muy tonto.
También te puede interesar