Una de las razones importantes que posiblemente impulsó a Juanma Moreno a convocar las elecciones andaluzas el 19 de junio se hizo palpable ayer. El verano es sinónimo de aumento de empleo y menos paro porque la economía gira sobre los servicios y este sector absorbió la mitad de los 20.341 desempleados menos inscritos en las oficinas del SAE en el arranque de junio. La comunidad contabiliza un total de 758.457 personas sin trabajo, la mejor cifra desde que comenzara la pandemia. Una tasa inferior de un 2,6% en comparación con la del mes pasado y del 20% si el cómputo es interanual. En términos absolutos, Andalucía lideró la bajada del paro en España aunque, porcentualmente, todavía le quedan casi siete puntos por recortar si aspira a converger con el promedio nacional. Por provincias, sólo Almería y Huelva dieron la nota discordante en las estadísticas de mayo. España también bajó por primera vez en 14 años de la simbólica cifra de los tres millones de personas registradas para encontrar un puesto laboral. El propio barómetro de Andalucía, elaborado por el CIS, constataba ayer que el paro supone la principal preocupación de los andaluces. Si a ello le sumamos la campaña electoral en Andalucía se explica por qué casi todos los partidos intentaron capitalizar la bondad de estos números. Desde el hechizo obrado en el mercado por la reforma laboral- con los contratos indefinidos que incluyen a trabajadores fijos discontinuos- a las formaciones que gobiernan la Junta y que defienden que la comunidad encabeza el crecimiento económico del país y no puede producirse ahora una regresión. El verano y el turismo son dos socios muy fiables salvo acontecimientos de excepción. Pero lógicamente estacionales. El otoño suele devolver a la realidad a las economías demasiado dependientes. Nos hallamos ante un problema estructural que precisa algo más que declaraciones de euforia momentánea.