EDITORIAL
Descomposición política
La evolución judicial de los casos de presunta corrupción que afectan al núcleo del Gobierno y del PSOE, la aparición de otros nuevos, como el que implica a la ex militante socialista Leire Díaz y al ex presidente de la SEPI Vicente Fernández y la sentencia del Tribunal Supremo que condena al ex fiscal general del Estado Álvaro García Ortiz han confluido en una semana en la que la sensación de descomposición interna de la política española ha alcanzado niveles muy elevados. A ello se ha unido el movimiento de las mujeres socialistas que ha hecho aflorar las denuncias por presuntos casos de acoso sexual tras la nefasta gestión que la dirección socialista hizo de las que en su día se presentaron contra Francisco Salazar, persona de la máxima confianza del presidente Sánchez y que estaba llamado a controlar la poderosa secretaría de Organización del PSOE tras la forzada salida de Santos Cerdán. Es difícil imaginar un escenario de mayor crispación. Sólo el que se creó en la última legislatura de Felipe González, a mediados de la década de los noventa, se le podría comparar, aunque ahora la presión de las redes sociales en el debate añade elementos que entonces no estaban. Fruto de ese clima irrespirable fue el último pleno del Congreso antes de las prolongadas vacaciones de invierno que se toman sus señorías hasta febrero. En la sesión de control del miércoles se volvió de demostrar que el hemiciclo es el ámbito natural de descalificaciones y salidas de tono, como la que protagonizó el líder de la oposición diciéndole al presidente del Gobierno que había aprendido feminismo en los prostíbulos. Ante un Gobierno paralizado, es lícito preguntarse si este estado de cosas puede continuar. La situación afecta ya al funcionamiento de las instituciones y a su credibilidad por parte de los ciudadanos. Se está alimentando de forma irresponsable el populismo y eso se termina pagando.
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