La tribuna
Gaza, tragedia humana y política
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Generalmente, cuando se enferma, se acude a la consulta del médico, salvo algunos que, por ignorancia o desesperación, acuden a la consulta de un curandero. El primero, el sanitario, se conduce con criterios científicos y tras haber cursado los estudios pertinentes que le acreditan para ejercer la medicina. El segundo, el hechicero, afirma tener los efectos sanadores de la medicina, pero que no está apoyada por pruebas obtenidas mediante el método científico. El común de los mortales cree en la ciencia; sólo una minoría cree en la persona, en la inspiración y hasta en la ignorancia. La terapia del hechicero no tiene ningún fundamento; a lo más que llega es a engañar a quienes creen que curandero y médico son la misma cosa. El médico puede equivocarse honradamente. El santero se equivoca indecentemente. El médico no miente. El curandero, engaña.
Lo que resulta llamativo es que haya múltiples mecanismos judiciales para controlar a la medicina y no haya ninguno para controlar la pseudociencia. La profesión médica no teme al curandero, sino al daño que estos hacen a las personas que se dejan embaucar con tratamientos ajenos a cualquier evidencia científica. La medicina oficial no corre riesgo de desaparecer por la competencia de la pseudomedicina.
De igual forma que existe una prensa profesional, con la aparición de internet y la proliferación de las redes sociales se ha colado una pseudoprensa que no sólo promete acabar con la primera, sino que ha pervertido lo que hasta hace unos años conocíamos como prensa profesional, basada en la difusión de noticias, que intenta informar objetivamente y que trata de enterarse del máximo posible de factores relevantes de un acontecimiento y relatarlo, de forma que tengan sentido, de forma que constituyan una historia, sin tratar de manipularlos ni de llegar a conclusiones queridas de antemano. La difusión de noticias en las redes sociales se parece a la prensa libre como un huevo a una castaña. En las redes sociales no se cae en el error de tratar de informar con la mayor objetividad posible, sino que sólo informan de aquello que puede beneficiar a los intereses de quienes informan o de perjudicar a quienes se intenta calumniar a difamar. A diferencia de lo que ocurre en la disputa médico/curandero, en la disputa prensa libre/redes sociales, la primera no para de hacerse eco de lo que se dice en la segunda, otorgándole así un crédito que no merece lo que no es más que pura caricatura de lo que debe ser una noticia.
Si políticos en activo y medios de comunicación dejaran de utilizar las redes sociales para su mayor comodidad y menor exposición, estas serían a la prensa libre lo que el curanderismo a la ciencia médica. El político en activo se ha acostumbrado a comunicar por Twitter o por Facebook eludiendo la comparecencia pública o el comunicado oficial e incitando de ese modo que sea en esos microbloggings o en esos sitios web donde se produzca el cruce de insultos, calumnias y difamaciones en función de las filias o fobias que cada vez más vuelven a aparecer en nuestro país. Y lo mismo se podría decir de los medios de comunicación que prefieren informar haciéndose eco encubierto o no de las redes sociales, dando credibilidad a lo que no pasa la criba de lo que debe ser un periodista; es decir, alguien que trata de informar objetivamente y que, como es natural, no lo conseguirá al cien por cien, incluso se equivocará, pero con toda la honestidad y toda la mejor voluntad de llegar a la verdad. Sin redes sociales se puede vivir y se puede ejercer el periodismo de forma libre y tendente a la objetividad. Eso sí, el informador debe saber que ningún periodista, por principio, es más inteligente que quien lo lee o escucha; por lo tanto, si se dedica, desde el púlpito donde sermonea para hacernos tragar su verdad en pildoritas, a manipular para suplir una supuesta tontura de sus lectores u oyentes es porque se confundió de profesión. Cualquier ciudadano es capaz de llegar a la verdad por sí mismo sin que nadie ejerza de Gabilondo, porque Gabilondo solo hay uno.
Dejen el púlpito y vuelvan a ganar credibilidad como prensa independiente no casándose con nadie y denunciando por igual a tirios y a troyanos. Si en el camino se venden, si se hacen amigos de unos y enemigos de otros, si se deciden a defender interés de partidos o de grandes grupos económicos por encima de su interés primario de informar, entonces se habrán corrompido y estarán dejando el camino libre a las redes sociales. Si no venden o no saben competir, no acudan al papá Estado para que supla su incompetencia, porque, entonces, la democracia perderá vigor y presencia.
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