Tribuna

Fernando castillo

Escritor

Las Mitford españolas

Británicas y españolas revelan la profunda división de la Europa de entreguerras que alcanzó a las mujeres, quienes de un lado u otro iban a protagonizar la verdadera revolución del siglo XX

Las Mitford españolas Las Mitford españolas

Las Mitford españolas / rosell

Fueron los treinta unos años de radicalización de los conflictos abiertos en 1918, al tiempo que de confirmación de la presencia de la mujer en la vida política y cultural europea. Pero también fue una época de diferencias a veces irreconciliables que alcanzaban, como diría el clásico, a las mejores familias, incluidas las de esas nuevas mujeres modernas, como el ramillete formado por las seis hijas de Lord Redesdale, las hermanas Mitford, un grupo digno de las novelas de uno de sus amigos, Evelyn Waugh. Todas, o casi, eran cultas, elegantes, guapas, excéntricas y libres y, para escándalo de la sociedad neo victoriana de entreguerras, con una vida un tanto especial. Las seis abarcan casi todas las opciones de una época en la que levantar el brazo o el puño a veces era una cuestión de matiz o de afectos.

Las más conocidas fueron las más radicales: Unity, que llego a ser íntima de Hitler y a pegarse un tiro por su causa, y Diana, las más bella y radical, también amiga de Hitler y Goebbels, amante y luego mujer del aspirante a Führer británico, Oswald Mosley. En trincheras diferentes estaban Jessica, viajera a la España de la Guerra Civil por amor al infortunado Esmond Romilly y comunista vía el ambiente oxoniense de estos años, y Nancy, escritora de recorrido y de vida sentimental intensa, eterna amante del gaullista Gaston Palewski. Las otras que completan el sexteto, Pamela y Deborah, optaron por una vida más convencional de campiña, té y club, que obviamente las hace menos interesantes, aunque quizás si más felices.

En su modestia, y al hispánico modo, nuestros años treinta también tuvieron sus hermanas Mitford por medio de las hermanas de la Mora Maura, Constancia y Marichu, a las que Fernando R. Lafuente ha llamado las Mitford españolas, cuyas peripecias ha estudiado bien Inmaculada de la Fuente. Aunque su número y sus pretensiones fueran más limitadas que las de sus equivalentes británicas -dejamos fuera a las menos conocidas Regina y Teresa De la Mora, nuestras Pamela y Deborah Mitford- ambas tienen la desdichada cualidad de expresar tan bien, si no mejor, la división de la sociedad española que llevó a la Guerra Civil.

Hijas de familias que habían presidido o se habían sentado en consejos de ministros de Alfonso XIII, hasta hace poco la más conocida era Constancia de la Mora. Independiente y crítica, realizó eso que llamaba Lenin "suicidio de clase" tras su sonado divorcio del malagueño Manuel Bolín, el primero de la República, para casarse con Ignacio Hidalgo de Cisneros, futuro jefe de la aviación republicana. Ambos formaron un matrimonio singular de aristócratas y miembros del Partido Comunista, que en el Madrid republicano competían en su fidelidad a Moscú, parece que excesivamente estrecha por aquello del chalet y Andreu Nin, con la pareja Alberti-León. Tras la guerra, que hizo dirigiendo la censura del ministerio de Estado, fue al exilio americano y mexicano aunque sin Hidalgo de Cisneros, donde tras publicar Doble esplendor, murió pronto de un accidente.

Su hermana Marichu de la Mora, cuyo encanto y cultura sedujo a José Antonio Primo de Rivera y, aún más, a Dionisio Ridruejo, fue, como ellos, falangista de primera hora, al igual que otra Mitford sin hermanas, la escritora Mercedes Fórmica. Dirigente de la Sección Femenina y directora de la revista Y, después de la guerra tuvo una intensa actividad periodística y literaria. Discreta y acomodada a la situación, al contrario que Constancia, no publicó sus memorias que, en caso de haberse atrevido, hubieran sido una novela. Las dos hermanas se merecen una película que el sobrino de Constancia, hijo de Marichu y autor de El desencanto, seguro haría estupendamente. Aún no es tarde.

En fin, más allá del glamour personal, de la actividad literaria y política y de unas vidas tan intensas como interesantes, todas ellas, las británicas y las españolas, revelan la profunda división de la Europa de entreguerras que alcanzó a las mujeres, quienes de un lado u otro iban a protagonizar la verdadera revolución del siglo XX.

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