Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Notas para el más allá

Una sociedad que ha convertido el "presentismo" y el "largoplacismo" en dos religiones antitéticas que ahora velan las armas esperando la guerra del fin del mundo

Notas para el más allá Notas para el más allá

Notas para el más allá / rOSELL

Para la mayoría de los humanos el futuro es mañana. Si acaso un porvenir que termina ineluctablemente con la muerte. El más allá era otra cosa de la que no nos llegaban noticias. Una cuestión de fe. Pero hay cada vez más gente a las que ese porvenir se le ha quedado corto y dirigen sus preocupaciones a un futuro mucho más lejano, ese que hasta ahora era territorio de caza de la ciencia ficción y de ciertos escritores proféticos. Hablamos de un nuevo "ismo", el "largoplacismo", tan viejo como la tos, como se suele decir, que, además, suena en español bastante mal, por mucho que provenga de un anglicismo (long-termism) y que, aunque nacido en los cielos oxonienses, traducido literalmente al español, no puede evitar el pelo de la dehesa. Un largoplacismo que ya tiene un cierto recorrido filosófico de la mano de los medios académicos anglosajones y una nueva ética que, a falta de nombre, aquí me permito llamarla, sin ironía, la "ética del fin del mundo". Aunque lo parezca no es nada nuevo, pues siempre ha habido "escatologías milenaristas", aunque las de ahora estén arropadas por el prestigio de las grandes universidades anglosajonas, a las que parece sobrar los recursos que, ahora, dedican a profetizar más que a solucionar los problemas reales de la humanidad. En su forma débil la filosofía y la ética largoplacista tiene similitudes con las que anidan en los sucesivos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), aunque en su forma fuerte tenga una profunda diferencia con ellas, pues mientras que en la forma débil el largoplacismo considera que intentar gestionar e influir en el futuro es "una" prioridad moral fundamental de nuestra época, en su forma fuerte considera que es "la" prioridad moral de nuestro tiempo. Esta prioridad del futuro sobre el presente tiene algo de tenebroso, especialmente desde un presente que tantas asignaturas tiene pendientes. Porque lo preocupante, una vez más, es que todas las esperanzas sobre el futuro vienen envueltas en ensoñaciones biotecnológicas aplaudidas, cuando no auspiciadas por millonarios extravagantes y adolescentizados a los que les ha quedado pequeño el Mundo y creen poder cambiar el destino de la humanidad a base de sus particulares excentricidades, más bien ocurrencias biotecnológicas parecidas a esos videojuegos con los que la mayoría se enriquecieron, que carecen de empatía por el mundo real, utilizando el dinero para financiar empeños destinados a satisfacer lo que los psicólogos llaman "ansiedad anticipatoria " esa misma que debía sentir Paul Valéry cuando dejó escrito aquello de que "el problema de este siglo es que el futuro ya no es lo que era". Unos nuevos ricos que, si no salvar el mundo, sí están consiguiendo orientar las expectativas ciudadanas y la actividad científica de los mejores cerebros hacia objetivos cuya utilidad pública no siempre merecen el beneficio de la duda. Y aquí estamos hoy. Entre esos líderes ultraconservadores, que viven en un peligroso "presentismo", negando cualquier responsabilidad sobre el futuro, y aquellos que consideran que las generaciones futuras (incluso muy futuras), no solo son sujetos de derecho, sino que deberían tener prioridades sobre las actuales. Unas propuestas que, de tomarse en serio, conllevarían medidas radicales, algunas de las cuales no solo afectarían al confort actual, lo que podría, incluso ser razonable, sino restricciones importantes a las libertades personales y públicas en aquellos casos en que las medidas propuestas (¿por quién?), no fuesen aceptadas de buen grado. Y mientras estas grandes luminarias de nuestro tiempo discurren sobre el futuro, en el mundo real, -los negacionistas-, militantes radicales del presente, ahora convertidos en libertaristas, siguen ganando elecciones, sin que tengan coste ninguno para ellos el aumento de las desigualdades (económicas y sociales). Una realidad socio-económica que representa, mejor que cualquier otra imagen, un modelo extractivo de sociedad que ya no distingue entre el confort necesario y el bienestar imprescindible. Una sociedad que ha convertido el "presentismo" y el "largoplacismo" en dos religiones antitéticas que ahora velan las armas esperando lo que podría ser la guerra del fin del mundo. La una con la connivencia de las viejas religiones, sobre todo evangélicas, y la otra como una forma de religión laica pues frente al cielo prometido de los evangelistas ¿no es acaso -(Santiago Alba Rico dixit)- el por venir (porvenir) el más allá de los laicos? Un porvenir que cada día los profetas oxonienses de la mala nueva y los gurús de Silicón Valley, nos anuncian para pasado mañana ... o el otro.

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