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Repensar la Atención Primaria ante el caos
La tribuna
Que la Atención Primaria ha estallado de manera escandalosa durante la pandemia es algo que no se le escapa a nadie. Todos los ciudadanos lo hemos sufrido en mayor o menor medida y a día de hoy puede decirse que el caos es manifiesto: profesionales de la medicina o la enfermería absolutamente quemados por una excesiva carga de trabajo, pacientes indignados que deben esperar dos semanas para acceder a una cita, colas interminables ante las Urgencias de los centros de salud, teléfonos colapsados, agresividad hacia los profesionales, indignación… Sin embargo, el deterioro de la Atención Primaria no comenzó con la pandemia, sino que viene de lejos, por mucho que ahora sus costuras sean más evidentes.
Gran parte de la culpa de este deterioro, no toda, tiene que ver con el escaso interés en ella por parte de los políticos de diverso signo. Hacerse una foto con un flamante artefacto diagnóstico de última generación, inaugurar un innovador servicio hospitalario o discutir sobre si es aceptable o no que Amancio Ortega done equipos de alta tecnología para tratar el cáncer, siempre ha tenido mayor interés político que los pobres servicios de Atención Primaria. Sin embargo, es en ésta donde se juega de verdad la salud de la ciudadanía, puesto que son los servicios más utilizados por las personas en el cómputo de su vida, y porque una buena promoción de la salud y prevención de la enfermedad minimizaría la gravedad de estas y evitaría la utilización de recursos mucho más costosos para las arcas del Estado y agresivos para las personas.
A día de hoy, la Atención Primaria, a la que no se le ha dotado de los recursos suficientes que precisa por el envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida, ha evolucionado hacia la medicalización de la sociedad. La saturación de los servicios, el escasísimo tiempo del que disponen los profesionales para atender sus consultas y la necesidad de resolver cuestiones meramente administrativas que poco tienen que ver con su función asistencial, han provocado esta deriva. Sorprende cómo un profesional indispensable de la Atención Primaria, el médico de familia, se ve imposibilitado de jugar ese papel esencial de eje y coordinador de los servicios sanitarios y tiene que verse abocado a ser un mero expendedor apresurado de recetas. Como consecuencia, muchos episodios naturales de la existencia, como el luto ante la pérdida de un ser querido o la menopausia, o alteraciones en los estilos de vida que nos impone la sociedad son medicalizados por falta de tiempo y de la precariedad de la Atención Primaria, algo que la sociedad también imita por su cuenta buscando en las vitaminas, los crecepelos y las pseudociencias el remedio a sus malestares.
Las consecuencias no son sólo el aumento del gasto farmacéutico, sino la aparición de enfermedades graves cuyo origen no es otro que los medicamentos, labor en la que los farmacéuticos y las infrautilizadas farmacias, testigos unas veces impotentes y otras silenciosos ante lo que sucede, podrían dar respuesta para evitar unos gastos muy superiores que se están produciendo como consecuencia de la medicalización, la muerte, el ingreso hospitalario y los costes sociales de la enfermedad.
Es momento de repensar la Atención Primaria y sería un tremendo error histórico hacerlo desde los roles profesionales que se cumplen en este momento. Sólo será posible si la reflexión se realiza en función de las necesidades actuales de la sociedad y las características de las enfermedades que padece. Porque incluso enfermedades infecciosas como la que ahora mantiene en jaque a todo el planeta tienen un perfil que va mucho más allá de lo bacteriológico o, en este caso, virológico. Sus aspectos psicológicos y sociales, la complejidad farmacoterapéutica de tratamientos diversos que se reúnen en una misma persona, determinan hoy que no sea posible una Atención Primaria ética y de calidad sin una mirada pluridisciplinar en la que se coordinen y asuman responsabilidades, junto a médicos y enfermeras, un nuevo farmacéutico, psicólogos, trabajadores sociales, antropólogos de la salud, etc. No podemos, por insuficiente, continuar dando respuestas clínicas o farmacoterapéuticas a problemas de salud en los que estas cuestiones no son la causa, sino el reflejo de algo mucho más complejo que sucede en la sociedad.
Puede que no sea fácil, pero no por ello hay que dejarlo de abordar. Es el momento de las sociedades científicas y del diálogo, de que los profesionales se pongan del lado de los únicos que dan sentido a su trabajo: las personas. No se puede esperar a que la política, la corporativa o la tradicional, ofrezca la solución, porque sólo desde los profesionales que están a pie de cañón y que apuestan por el qué en lugar de por el quién, podrán surgir las respuestas. Ante una Atención Primaria sobresaturada, su reestructuración es una oportunidad de futuro. Que no nos la roben ni la mala política ni el corporativismo.
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