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Tribuna

Javier González-cotta

Escritor y periodista

¡Turistas 'go home'!

¡Turistas 'go home'! ¡Turistas 'go home'!

¡Turistas 'go home'!

Visitar lugares imprevistos, deambular por ciudades ignoradas, hacer del asombro un refugio moral para uno mismo. Hubo un tiempo en el que el asombro propio no se compartía con nadie. Era como una pávida llama interior. Al viajar uno se asombraba a solas de las cosas como si quien lo hiciera fuera un desconocido. Hoy por hoy, más de 1.000 millones de sujetos turísticos se mueven por el mundo y comparten selfies, sorpresas y experiencias.

Antes de que el homo viator cediera al turista masa, existía como una forma de viaje iniciático (el wanderung del que hablaban los alemanes). Uno iniciaba así un despreocupado viaje sin meta fija (el también llamado wanderlust). Humboldt, como Benjamin, aconsejaban visitar las ciudades para extraer de ellas como un arcano provechoso: explorar un espacio concreto daba sentido a la vida. Importa poco -decía Benjamin- no saber orientarse en una ciudad; perderse, en cambio, como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje".

Todo esto puede sonar muy bonito. Pero aquel viejo modo de viajar fue posible porque había quien en ciertos viajes aprendía a palpar la lentitud, como decía Peter Handke. Qué bonito, sí. Pero qué gran pamplina hoy, en plena era del turismo masivo. Imagínense que un agente turístico nos ofrece entre elegir un viaje tipo wanderung a Praga y otro tipo wanderlust a Marrakech. Quizá muchos dirían que de acuerdo, que adelante con la opción wanderlust. Suponen que debe tratarse de un buen pack cerrado con avión, hotel, comidas y visitas presurosas a los monumentos del lugar de turno.

En 2015 visitaron España 68,2 millones de turistas, sólo por detrás de Francia (84,5) y de los Estados Unidos de antes de la muy prometedora era Trump (77,5). En España, en julio y agosto, se habló con alborozo del "verano de los 70 millones". Siendo verano resultó escalofriante. Pasado ya el llamado veroño, esa mezcla de verano color ámbar y de otoño inocuo, las cifras estacionales han seguido al alza. Y para la Navidad las ciudades turísticas españolas recibirán más y más piaras de visitantes. De hecho, en Sevilla, por poner un ejemplo, la anterior corporación municipal se jactó de haber consolidado un nuevo pack navideño basado en las bondades del turismo familiar. Desde hace años, con las calles del centro histórico atestadas por la mara, la verdad es que hay muchos que preferimos elegir las bondades del turismo para despedidas de soltero/a, con sus contrayentes vestidos de matador de toros o de hada madrina, y con sus monteras, cipotes de Archidona y orejitas de coneja traviesilla en la cabeza.

El turismo en España genera el 11% del PIB. Los 68 millones de turistas que nos visitaron en 2015 dejaron casi 70 millones de euros (¡igual que lo que el Estado ingresa por IRPF!). Pese a la bacanal de cifras, hay más de uno que se dedica a incordiar con espinosas preguntas. ¿Redunda el turismo masivo en beneficio de todos? ¿Aprecia el indígena de a pie los réditos de la invasión en su ciudad? En Baleares no se explican que un récord de 15 millones de turistas en un año sea compatible con un paro crónico y anual del 15%. Debe haber alguien que se está llevando el mamelón a la boca (agentes turísticos, hoteleros y hosteleros, portales de alquiler de pisos turísticos).

El mortal peatón, nativo de una ciudad condenada a servir de camarera, está sufriendo ya las consecuencias del turismo masivo. No percibe el peculio que supuestamente deja la invasión. Empiezan a hacerse populares expresiones de ira como turismofobia. Es sabido que en Mallorca y en Barcelona han aparecido pintadas contra la barbarie de los ociosos:¡Stop guiris. El turisme destrueix la ciutat! o ¡Tourist Go Home, Refugees Welcome!. En barrios de castiza trama los apartamentos turísticos (ilegales y legales) han disparado los precios del alquiler. En estos barrios los nativos desterrados ceden su lugar a los nuevos pobladores. El paisanaje se transmuta como calco del nuevo paisaje urbano (veladores, oferta low cost, franquicias). Hay quien ya habla sin tapujos de burbuja turística.

Por si fuera poco, muchos turistas bobalicones se pasean con impunidad por las ciudades, ya sea en largas reatas, en bicis de alquiler o en patinetes Segway. El peatón indígena lo padece y cree sentir ya el síndrome atroz del venecianismo. Los guías turísticos dicen percibir la turismofobia cuando pastorean a su piara de turistas por las calles monumentales. Fernando Sánchez Dragó acuñó hace poco el término turismófobo. "Soy turismófobo", se confesaba. "Nuestro país (…) es ahora una colmena de camareros sin más futuro que el de pasar sus vidas sirviendo copas de mal vino, marisco rebozado en ácido úrico y raciones de tortilla zapatera". Podremos estar de acuerdo o no (habrá quien se declare legítimamente Sánchez Dragófobo con las cosas del hiperbólico escritor). Sea como sea el turismo sin control está haciendo de la gallina de los huevos de oro un peligroso gallo de pelea.

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