Tribuna

Fernando Castillo

Escritor

La pianista del 27

La pianista del 27 La pianista del 27

La pianista del 27

Sorprende que en época tan reivindicativa de figuras femeninas de nuestra historia cultural que han sido postergadas, todavía no se haya reparado en un personaje que tiene todo para convertirse en protagonista de alguno de esos rescates. Y decía que tiene todo pues, de acuerdo con los criterios que gobiernan la actualidad, siempre tan volubles, es mujer, fue la única que destacó en un mundo esencialmente masculino, vivió el exilio, pertenece a la mítica Edad de Plata, al igual que el grupo ahora casi famoso de las llamadas Sinsombrero, de las que fue coetánea y con el que tuvo, en algún caso, relación cercana, concretamente con María Zambrano, y, sobre todo, que ha sufrido un olvido injusto. Se trata de Rosa García Ascot, pianista y compositora, nacida en Madrid en 1908, y miembro del esencial Grupo de los Ocho, los llamados Músicos del 27, del que, huelga decirlo, era la única mujer.

En el casi dorado, por su esplendor cultural, Madrid de los veinte y treinta, el del ultraísmo, el del mundo de la Residencia de Estudiantes, de la Revista de Occidente, hoy felizmente centenaria, y de La Gaceta Literaria, de la arquitectura racionalista de la Generación del 25 -al fin, los arquitectos del 27-, de las exposiciones de la Sociedad de Artistas Ibéricos, de los jóvenes poetas de la antología de Gerardo Diego y de los que no entraron en ella, del Capitol y la Gran Vía…. no podía faltar la renovación musical. Esta llegada de lo Nuevo a la música la encarna el llamado Grupo de los Ocho, surgido en 1930, siguiendo el ejemplo del respetado y francés Grupo de Les Six. Era un conjunto de compositores y musicólogos jóvenes e inquietos con idénticos afanes renovadores, que en realidad eran once, pues a los hermanos Rodolfo y Ernesto Halffter, Juan José Mantecón, Julián Bautista, Fernando Remacha, Rosa García Ascot, Salvador Bacarisse y Gustavo Pittaluga, hay que añadir a Antonio José Palacios, Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay, marido de Rosa García Ascot. En sus obras y en sus propósitos, estos jóvenes renovadores aunaban tradición y modernidad, música popular e innovación vanguardista, danza y literatura, como si fuera, para simplificar, un cocktail alegre y enervante de Stravinski, Satie y mucho Manuel de Falla con lo más clásico de la musicología española, tanto culta como popular. El resultado, tan fresco como original, combina lo clásico y lo tradicional de manera semejante a lo que sucedió en la poesía, pues si Generación del 27 recupera a Góngora, los músicos del Grupo de los Ocho, o de los Once si se quiere, hacen lo propio con el Padre Antonio Soler o los vihuelistas del Siglo de Oro.

Entre los miembros de este grupo musical, volcados también a la enseñanza y difusión de la música, Rosa García Ascot -Rosita Ascot- destaca por su vocación y por su calidad de pianista y precoz compositora. Esencial en su vida fue su relación con Manuel de Falla, del que fue discípula al igual que de Joaquín Turina, con Federico García Lorca -quien en su cumpleaños le dedicó un poema titulado Corona poética o pulsera de flor- con Luis Buñuel, Pepín Bello y Emilio Prados. Naturalmente, sin olvidar al que sería su marido, el musicólogo y compositor lucense Jesús Bal y Gay, y a sus otros compañeros del Grupo de los Ocho, cuya presentación musical se llevó a cabo en la Residencia de Estudiantes, donde la encargada de tocar al piano las composiciones de sus compañeros fue la propia García Ascot. No es de extrañar, pues no solo había acompañado a Manuel de Falla a París como pianista, sino también había tocado en la capital francesa ante Maurice Ravel. Allí estudió con Nadia Boulanger y conoció a Francis Poulenc y a Soulima Stravinski, pianista e hija de Igor Stravinski, con quienes tendrá una larga amistad el resto de su vida. Su matrimonio en 1933 no interrumpió su actividad como concertista, pues presentó en Madrid obras de Kurt Weill, Arnold Schönberg e Igor Stravinski.

Con todo esto, con el Grupo de los Ocho, con la difusión de la música contemporánea, con la carrera de Rosita Ascot, con Lorca y casi con Falla, acabó la Guerra Civil. En 1939, se refugió en México donde ya estaba Bal y Gay. Allí, abandonó los conciertos y se dedicó a la enseñanza y a la composición, y abrió una galería de arte que le acercó a personajes tan intensos y brillantes como Leonora Carrington y Remedios Varo. El matrimonio no regresaría a Madrid hasta 1965. Aunque Bal y Gay se reintegró a la vida cultural española, ella se mantuvo al margen. Murió en 2009 a punto de cumplir los cien años. Algo sabemos de las vidas de Rosa García Ascot y Jesús Bal y Gay, gracias a un libro más o menos autobiográfico, Nuestros trabajos y nuestros días (Madrid, 1990), en el que el matrimonio dicta sus recuerdos, un poco al acaso. Los entregados al rescate de orilladas injustamente, tienen en la figura de Rosa García Ascot una oportunidad de cumplir con ese objetivo, más allá de las modas de las ya muy recuperadas Sinsombrero, a las que incluso las han dedicado un disco.

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