Tribuna

Fernando Castillo

Escritor

Dos saqueos paralelos

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Dos saqueos paralelos

Cuando estaba a punto de cumplirse setenta y seis años del saqueo durante la Liberación del apartamento de Louis-Ferdinand Céline en el 4 de la rue Girardon, en Montmartre, un barrio inseparable de su vida y obra, ha saltado la noticia más inesperada. Entre los manuscritos desaparecidos en el expolio -que denunció en obras como Rigodon y Féerie pour une autre fois, así como en cartas dirigidas a Lucette Almanzor, su mujer, y a Antonio Zuloaga- los había de obras editadas como Muerte a crédito, de publicadas incompletas como Casse-pipe, e inéditas como La Volonté du roi Krogold o Londres. Pues bien, ahora, poco tiempo después de la muerte de su viuda, los manuscritos célinianos han aparecido inesperadamente en un golpe de efecto que contribuye a prolongar la novela de la vida de Céline cuando ya la creíamos cerrada. Fue Jean-Pierre Thibaudat, periodista de Libération, quien los recibió con la condición de devolverlos a la muerte de la viuda, de quien tuvo alguna relación con los saqueadores, si es que no fue alguno de ellos, como parece.

Todo pasó en los alegres días que siguieron al luminoso 25 de agosto de 1944 cuando se produjo la liberación de París y la división de Francia entre petainistas, colaboracionistas y resistentes, entre la Milice y el maquis, que llevó en la primavera de 1944 a una situación de guerra civil, parecía superada. Una realidad que tras la Liberación dio paso a la llamada Depuración por parte de los vencedores. Una represión que en los primeros momentos fue incontrolada, que tuvo su imagen más lamentable en las llamadas tondues -rapadas- y ejemplos terribles en victimas como Mireille Balin. Fue una represión ejercida al margen de la legalidad republicana, un periodo incomodo y polémico del que se han ocupado autores como Herbert Lottman, Pierre Assouline o Pierre-Denis Boudriot. Los protagonistas fueron en su mayor parte miembros de las FTP, el grupo de orientación comunista dentro de las FFI, losfifis, quienes atendiendo a criterios de partido y personales, detuvieron y a veces ejecutaron sin ningún respaldo legal a quienes se acusaba de ser collabo. Los más rigurosos eran los llamados "resistentes del último minuto", aquellos que se convirtieron tras el desembarco en Normadia. A ellos hay que añadir los llamados "falsos resistentes", el llamado maquis noir, quiénes al margen de la política, aprovechaban la situación para sus intereses personales.

En momentos de extrema confusión como los del verano de 1944, no era extraño que muchos se pusieran un brazalete y se hicieran pasar por resistentes. Fueron dos de estos falsos fifis los que entraron en la rue Girardon y saquearon la casa de Céline, quien a los pocos días del desembarco aliado había dejado París en dirección a Baden-Baden intuyendo lo que se avecinaba. Céline se despidió de su amigo y vecino, el pintor Gen Paul, y junto a Lucette y el gato Bebert comenzó el recorrido por la Europa devastada que acabaría en Copenhague. Poco después, al llegar la Liberación, Oscar Rosembly, un falso resistente judío que fue contable de Céline y al que había ocultado Gen Paul, saqueó el piso del escritor al igual que había hecho poco antes con el de su amigo Robert Le Vigan en la cercana Avenue Junot. Parece que la segunda vez estuvo acompañado de varios resistentes conocidos -Robert Morin (capitan Lemaire), Désiré Bourg (teniente Dumas) y André Pacary (teniente André)- aunque quien se incautó del piso fue un tal Yvon Morandat. No duró mucho la carrera de Rosembly, quien acabó en la cárcel semanas después debido a las denuncias que le señalaban como falso resistente y saqueador de viviendas aprovechando la confusión de la Liberación. A pesar de todo, Rosembly conservó unos manuscritos cuya entrega le señalaba y que ahora, treinta años después de su muerte, han aparecido de forma teatral.

Inevitablemente, el expolio de la rue Girardon lleva a otro saqueo más conocido y casi coetáneo: el de la casa del poeta Juan Ramón Jiménez, ya en el exilio americano, que tuvo lugar a la entrada de los franquistas en Madrid el 27 de marzo de 1939. Sus autores, todos periodistas, algunos confesos como los falangistas Félix Ros y Carlos Martínez-Barbeito, y otro, recalcitrante defensor de una inocencia increíble, como Carlos Sentís, entraron en el apartamento de la calle Padilla 38, frente al parque del Sanatorio del Rosario, con la seguridad del vencedor y aprovechando la confusión de la victoria. Allí, los tres compinches de camisa azul arramblaron con la intimidad del poeta llevándose libros dedicados, cartas, manuscritos, pinturas, muebles y alfombras, lo que causó un gran escándalo. Mucho de lo robado por Ros y Martínez-Barbeito fue devuelto a su dueño gracias los buenos oficios del poeta y arquitecto Luis Felipe Vivanco y a la presión de Rafael Sánchez Mazas. Sin embargo, no se recuperó todo, incluido el canónico retrato a lápiz del poeta, obra de Vázquez Díaz, pues de lo robado por Carlos Sentís y de lo que se quedó Félix Ros aun no se sabe nada. Y eso que ha pasado más tiempo que del expolio celiniano.

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