Tribuna

Javier Parrado

Profesor de Tecnología del Colegio Aljarafe

Escuela para la vida

El Colegio Aljarafe tiene un claro objetivo: colocar al alumno en el centro de la educación Los jóvenes salen con "esa rebeldía incómoda que les anima siempre a levantar el dedo”

Escuela para la vida

Escuela para la vida

En tiempos en los que los centros de enseñanza aspiran a convertirse en eficaces instituciones de las que salir sin fianza, resiste, en Mairena, un colegio en el que generaciones de niños y niñas llegan a la misma puerta de su aula con la familiaridad de los que caminan por la plazoleta de su barrio.

Esta ahora escandalosa costumbre, sistemáticamente repetida cada mañana desde hace 50 años, se vuelve a reproducir a la salida, en un edificio abierto en franco desafío al entorno de una inmensa parcela que lo rodea entre cipreses, olivos y hasta un Ombú descendiente de los que Colón se trajo de las Américas.

Como confirmación de tal anomalía, un azulejo en la entrada anuncia que aquello pretende ser una escuela abierta a la vida, en clara y provocativa desobediencia a la normativa, que convierte al Colegio Aljarafe en un singular espacio vitalmente orquestado.

Un lugar completamente vivo

Un rato de observación asomado a cualquiera de sus barandillas lo evidencia; si algo se puede decir de aquel lugar es que está completamente vivo: alumnos saliendo de sus aulas en compañía de sus maestros a espacios exteriores que se convierten en improvisadas clases al aire libre, científicos y artistas (la mayoría de profesores lo son) preparando experimentos u obras de teatro y música en permanentes ensayos generales entre ventanas abiertas a pasarelas que sobrevuelan un esqueleto de vigas de hormigón sobre las que no dejan de moverse, continuamente, los más de mil usuarios que a diario recorren el edificio.

Tanto trajín convierte a los del Aljarafe en gente libre. Poco acostumbrada al encierro, se empeñan todos los años en tirarse al monte con salidas y excursiones en permanente conflicto con lo convencional: la Ruta Nazarí, Cazorla, Pirineos, Marruecos o El Camino de Santiago son sólo algunos de los viajes asignados al currículum vital de sus estudiantes, que con dieciocho años tendrán en su formación y en su memoria lugares que la mayoría de nosotros no recorrerá en toda su vida.

Asamblea democrática

Tal vez sea por esa vocación viajera por lo que valoran tanto la cooperación entre iguales. Desde el material escolar hasta el organigrama del profesorado se enfoca desde la suma del trabajo colectivo y las decisiones consensuadas. Las tutorías de clase hacen de la asamblea democrática la herramienta frente a la imposición sin razonamiento y, claro, los niños salen con esa necesaria dosis de rebeldía incómoda que tanto se va echando en falta y que les anima a levantar el dedo cuando alguien intenta desmentir a aquella profesora que les advirtió sobre la diferencia entre justicia social y poca vergüenza.

Y así, con el depósito de autoestima a tope tras pasar 15 de los mejores años de sus vidas, se plantan en un Bachillerato en el que explotan en madurez y confianza en sí mismos, y que los lleva, a la fuerza, a lo que hoy día se publicita como “excelentes resultados académicos”, pero que aquí se obtiene como consecuencia lógica de un proceso que, primero, los coloca en el centro de la acción educativa y que procura ese objetivo tan ambicioso al que todo colegio debería aspirar: descubrir qué les hace felices y nunca darse por vencidos.

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