DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Tribuna

Alfonso Castro

Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla y Presidente de la Conferencia de Decanas y Decanos de Derecho de España.

En la muerte de Luis Humberto Clavería

El autor describe el perfil académico y personal del catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla, fallecido hace escasos días  Muere a los 73 años el catedrático Luis Humberto Clavería

Luis Humberto Clavería imparte una conferencia durante un seminario.

Luis Humberto Clavería imparte una conferencia durante un seminario. / Juan Carlos Vázquez

No sabe uno muy bien cómo le recordarán antes del inevitable olvido absoluto que sobre todo lo humano se cierne, como un manto negro y al tiempo liberador, en que como mucho tu nombre, anónimo, apenas se yergue en medio de una ristra de nombres –inmensa: pequeños–, que fueron lo mismo que tú –todos distintos, en una especificidad que se borra–, en esa especie de afuera difuminado en que el tiempo convierte la vida externa de las personas. Quizás, a la postre, en ese recuerdo intermedio, leve, bello como el aire o el perfume de algo que se va, no deja ni puede dejar memoria mejor nada como la de haber sido querido, haber hecho modestamente el bien, haber no hecho el mal aposta a los que te rodean, ese que destilan tantos mediocres venenosos, y diminutos, también, en la Universidad, cubil de ocios y de odios –una letra solo de diferencia–. Luis Humberto Clavería deja desde luego ese recuerdo, imborrable, mullido, lateral pero nunca periférico, discreto pero nunca prescindible, refinado como de alma sutil en cuerpo frágil, ya fuera del tiempo y casi del espacio, como esas cosas que hay que cuidar porque, de pronto, la vida, con ellas enriquecida, te las quita, para siempre.

La Facultad se entregará, como siempre hace, para despedir a uno de los suyos, a uno de sus maestros menos afilado de aristas, lleno de ciencia y de saberes no impostados, de originalidad, de vocación real y contagiosa, como un barco que se deslizaba por el mar con la naturalidad de las cosas necesarias, y lo hará sin utilizaciones de esas que hacen otros siempre en el afuera peor de nuestro oficio, agarrados a la cáscara mugrienta de la foto de dientes muy blancos o a la carcasa pueril del besamanos, como si la vida fuese eso, con la complicidad inquerida –pero a la postre necesaria– de los equidistantes chiquititos, esos que guardan silencio y miran a otro lado en la Universidad de todo tiempo ante el pellizco ruin y soterrado apenas en los actos académicos, el atropello al solicitar la plaza del compañero, Auschwitz, porque la cosa no va con ellos. Como sabemos hacer en nuestra Facultad, ciencia del derecho, arte del vivir, deber de recordar y hacer que vibre lo recordado, cuando es bello.

Porque nadie muere mientras su nombre es pronunciado, queda voz o rutilante homenaje, como aquel que le ofrecimos hace sólo unos meses su Facultad, su Departamento, sus amigos, compañeros y colegas, en que se presentó aquel libro-monumento sobre Familia y Derecho –pensado título, como lo era él mismo– tributado en su honor bajo la dirección de sus discípulos Asunción Marín Velarde, Ana Laura Cabezuelo y Fernando Moreno Mozo y el soporte económico del Decanato de su Facultad, esa que tanto él amó, cordobés de 1948, en la que estudió en los años 60, en la que inició su carrera como profesor universitario y a la que se reincorporó, después de haberlo sido en Jerez cuatro años antes (y aun antes, en 1981, Agregado en el País Vasco), en 1986 como Catedrático de Derecho civil.

No cualquier cosa esa de ser Catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Sevilla, como recordó en el concurso de cátedra de Inmaculada Vivas, último eslabón de esa estirpe digna casi de Lucrecio, otro de ellos, Tomás Rubio, esa en que se engarzan, antes que el de Clavería, los nombres de Demófilo de Buen, Federico de Castro, Alfonso de Cossío, Miguel Royo, Juan Jordano y, ya contemporáneos, Ángel López, Antonio Gordillo, Carlos Lasarte, José León Castro, Rosario Valpuesta o Francisco Capilla, el único gozosa y profesionalmente aún en activo en nuestra Facultad. Un acto aquel repleto de vida y de afecto, en que participó también el Rector de la universidad hermana Pablo de Olavide, Francisco Oliva, y en que Luis Humberto Clavería, siempre en un sitio que ocupaba como sabiendo muy por encima de ellos los abajos que todo lo resitúan, con naturalidad desarmante, refinamiento, saber estar y decir, cultura y cierto distanciamiento sobre el tamaño de la propia sombra –la grandeza propia acumulada–, dijo aquello que recordábamos ayer Fernando Llano y yo al referirnos a su pérdida irremediable, cuando recorrió, desde su juventud –tan lejos, tan cerca–, su trayectoria nunca sabíamos entonces hasta qué punto completada: “Y la vida era esto”.

Abrir y cerrar de ojos, pasar, quedar en los libros y en el recuerdo o, como quería nuestro Mira de Amescua, “breve bien, fácil viento, leve espuma”.

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